Rojo rubí de ribetes ligeramente atejados y capa alta. No parece para nada un vino con 54 años a sus espaldas.
Inicialmente esquivo en nariz, necesita de una cierta aireación. No es muy intenso, pero sí muy complejo y elegante. Toques de cerezas en licor, fruta compotada y recuerdos minerales y metálicos. Al rato aparecen registros de monte bajo, con notas de setas y trufas. Y por supuesto aparece levemente ese especial bouquet terciario con tabaco de pipa, cedro, humedades, cuero. Incluso da algún recuerdo de caramelo y chocolate.
En boca es un vino espectacular. Muy vivo, amplio y carnoso, con una excelente acidez y una viveza que sorprende. Final eterno con notas de frutos rojos y posgusto ligeramente lácteo. Retronasal con notas minerales de grafito. Taninos de seda, pero todavía con una ligerísima astringencia que le da mucha vida. Será casi eterno.
De nuevo un vino mítico que nos puso en la mesa Andrés Conde. Nada que ver con su coetáneo Riojano, ha envejecido igual de bien pero de diferente manera. Todavía en forma le queda vida por delante, y su paso por boca es de los que no se olvidan. Pura seda. Permanecerá en mi memoria. No puntúo. No soy capaz de hacerlo.