Una maravilla de experiencia, Ana.
Lo que vi, lo que comí... y lo que olí. Poque no veas la experiencia sensorial que supuso la bofetada de aroma a trufa que desprendía la tierra cuando el trufero iba desenterrando y se iba acercando... ¡Inolvidable! La tierra, oler la tierra (sin trufa, la que la había tapado) fue brutal.
Un abrazo, peñiturus!
Aurelio Gómez-Miranda.