Hace unos días, los hermanos Villalón nos sorprendían a todos anunciando el traspaso de su restaurante El Padre, siendo su último día el pasado 1 de agosto. Así pues, nos acercamos una semana antes para poder despedirnos del restaurante que más hemos visitado en los últimos cinco años y en el que hemos podido disfrutar de grandes catas y sesiones con amigos, algunas que formarán siempre parte de nuestra memoria.
Por supuesto volvimos a comer de maravilla, yendo a lo seguro con clásicos de la casa como el jugoso bonito en escabeche, los fresquísimos bocartes a la bilbaína, los sempiternos huevos del Padre, esta vez en una versión con pisto que tanto nos gusta, el ligero y delicado tataki de lomo bajo ternera con tirabeques o el sabroso entrecot de vaca vieja que siempre despachan. Y para el postre, otro habitual como son esos sorbetes de frutas con licores que nos prepara David en el momento siempre a su criterio…
Por supuesto, volvimos a beber de maravilla, comenzando en barra con la Manzanilla Sacristía AB, un Fino de Tradición y un Henry Proudhon Saint Aubin En Remilly 2013 y siguiendo en mesa con un joven y prometedor Dauvissat Chablis Grand Cru Les Clos 2011, un complejo y original Ganevat Les Vignes de Mon Pere 2002, un equilibrado y encantador François Bertheau Chambolle-Musigny 1er Cru Les Charmes 2009, un salvaje Champagne Pierre Moncuit Millesimé 1996 sabiamente escogido por David para la ocasión o un curioso albillo dulce viejo de solera llamado Sibaritus Goloso. Como había varias mesas de amigos igualmente comiendo, nos pasaron otras copas con joyas como un Vega Sicilia Único 1964, un Fritz Haag Juffer Sonenuhr Auslese GK 2002 o un impresionante Chartreuse verde viejo de Tarragona, histórico licor que teníamos unas ganas especiales de probar. Gracias Ignacio.
Y por supuesto, volvimos a finalizar de maravilla, con el tercio de destilados, donde de nuevo Mario volvió a mostrar su buen gusto e inagotables conocimientos, con un delicado cóctel de vodka para mi mujer y un encantador The Macallan “Twenties” para nosotros, un malta de serie especial elaborado por nuestra destilería preferida. Un disfrute total, una vez más. Pero será por desgracia la última.
No anda Madrid sobrada de locales donde se cuide el vino y los destilados a este nivel, con una cocina además casera, honesta y que cada vez resultaba más fina. Y si además tenemos en cuenta el precio pagado, sencillamente ya no nos queda ninguno. Lo echaremos mucho de menos. Esperamos ver pronto a los hermanos Villalón en nuevas aventuras.