A primera vista, la botella no tenía una identidad clara : la etiqueta había estado estropeada por la humedad, se caía a pedazos y era ilegible. El conjunto parecía un poco a una momía pero en la cápsula y el tapón pude descifrar " Conde de Caralt " : los regalos de Helios - a quien doy las gracias - se salen de lo corriente. Según sus indicaciones, vertí el vino en una garrafa antigua para airearlo y valorizarlo.
Presenta un magnífico color de pétalos de girasol. En nariz, recuerda a un Vouvray seco de Huet ; ofrece un amplio abanico de aromas : huele a jalea de membrillo, a uvas pasas, a panal de miel, a nectarina blanca y a heno recién cortado. En boca, sorprende por su fluida elegancia, su pureza cristalina, su acidez marcada y su imponente mineralidad : fresco, ligero pero vivaz, increíblemente joven pese a sus cincuenta años, nos ofrece sus sabrosas notas de corteza de pomelo, de infusión de tilo, de buñelo de flor de acacia, y deja en el paladar el regusto salino de la sangre. ! Qué chisme tan raro ! - exclamé. Por supuesto que sí, pero ¡ vaya delicia ! - respondió el eco que hay en mi comedor, una maravilla con un kilo de cigalas al natural, pan untado de manteca y queso de oveja del Piríneo : lo ideal para aumentar el colesterol malo.
Difícil de clasificar, particularmente sorpresivo, vagamente francés, en la línea de algunos blancos riojanos de antaño pero con sello catalán, no deja de seducir a los que entienden de vino y podría remitirnos a la moraleja de una célebre fábula, " El gato, el gallo y el ratoncito " : mientras vivas, cuídate de juzgar un vino por la apariencia.