Manual para perder clientes en cómodos pasos:
1.- Reservada mesa para dos a las 22:00 de un Miércoles 3 de Agosto en Valencia. Bajo mi punto de vista, si un restaurante abre en Agosto ha de dar la misma calidad de servicio, comida y atención que cualquier otro día del año. En Oleo no creo que compartan mi visión, como demostraron con creces.
2.- A la hora de reservar no nos indican si queremos cenar en la zona de tapas o en la de restaurante. Cuando llegamos, sin preguntar, nos acomodan en la de restaurante. Ninguna objeción por nuestra parte.
3.- Aforo bastante completo, pero no lleno, en la zona de restaurante. Una pareja, cuando entramos, en la zona de tapas. Servicio en sala: una camarera y alguien que no puedo calificar de Jefe de Sala porque para alcanzar ese estatus no es suficiente con llevar un traje. Yo lo llevo todos los días y él supongo que todas las noches. En el fondo, no deja de ser, para ambos, "ropa laboral". El hábito no hace al monje. Nos lo demostró.
4.- Tras más de quince minutos de espera se dignan en traernos las cartas. A petición de mi mujer, no porque les naciera. Parece que a la camerera le molesta que se las pidamos. No traen la carta de vinos.
5.- Diez minutos más para tomarnos nota. Pedimos dos entrantes para compartir: presa ibérica y moluscos con pasta. De segundos: pescado del día (me informan que es Dorada) y lomo de ternera. Pedimos la carta de vinos. Cinco minutos más hasta que la traen. No demasiadas referencias y muchas con "No" marcado a lápiz al lado. "Es que estamos a pocos días de cerrar", se justifica el "Jefe de Sala". Y qué. Si no puedes dar el mismo servicio que el 6 de Febrero no abras en Agosto.
6.- Nos traen el vino, Ménade 10, de Rueda. Nos sirven y lo "secuestran" llevándolo a una cubitera que compartimos con otra mesa. No está al alcance ni de nuestros vecinos ni de nosotros. Confiamos en que nos rellenarán las copas cuando las vean vacías. Error. Grave error. El rellenado es aleatorio.
7.- Pasan más de 25 minutos (lo fui controlando) hasta que llega el primer entrante, la presa ibérica. Ración correcta, bien presentada, buen sabor. La carne estaba fría. Nos surge la duda de si es así como se presenta el plato (no es desagrable) o es que se les ha enfriado. Damos un voto de confianza y pensamos que así es la ejecución.
6.- Pasan otros 25 minutos (parece que es la frecuencia de "producción" de la cocina) y llega el segundo entrante: moluscos con pasta. No cambian los platos donde habían servido la presa y no cambian los cubiertos. La ración es escasa, aunque es un plato original en sabor. Dura un suspiro. Nueva espera. Ya lo teníamos asumido. Tic, tac... ¿cuánto tiempo esta vez?...
7.- ... 35 minutos más tarde llegan los segundos. La camarera que estuvo más que seca durante toda la noche literalmente le arrojó el plato con el lomo a mi mujer. Mi Dorada fue depositada con corrección, pero sin ninguna amabilidad. Por supuesto, ni estos platos ni los entrantes fueron comentados. Supongo que el ritmo "frenético" al que estaba atendiendo las mesas le impedía hacerlo. Ni el lomo ni la Dorada fueron platos descollantes. Normales. La ración de Dorada (dos lomitos), justa.
8.- Acabamos. Yo quiero pedir la cuenta, pero mi mujer insiste en que esperemos a ver cuánto tiempo tardan en retirarnos los platos. Ya se había vaciado bastante el restaurante. Siete minutos más de espera.
9.- Nos retiran los platos (nuestra amiga la camarera "simpática") y nos pregunta si queremos postre. Le digo que no, que nos traiga la cuenta. No pregunta si algo nos ha parecido mal o si quermos café. Se la sopla, por decirlo en román paladino.
10.- El "Jefe de Sala" nos trae la cuenta. A él también le importa un pimiento que no hayamos pedido ni postre ni café. Supongo (es un suponer) que sabe que no han dado la talla en el servicio ni en la cocina, pero tampoco nos propone una invitación a cafés ni a copa. Yo no la espero ni la hubiera aceptado, pero es un símbolo más de la calidad del servicio.
En resumen: Han perdido dos clientes (y no somos de los malos) y, evidentemente, no lo recomendaremos a nadie de nuestro entorno: familiares, amigos, clientes, proveedores... En estos tiempos difíciles hay que saber cuidar los detalles. Se cumple el refrán de que el ojo del amo engorda al caballo. El señor Vicente Patiño no dio síntomas de vida y supongo que su personal se "relajó". Igual fue una mala noche, pero fue una MUY MALA noche. Eso sí, mi mujer y yo tuvimos tiempo de tener una amena y muy divertida charla de varias horas comentando las diferentes "jugadas" tanto en nuestra mesa como en las colindantes.
Suerte a todos los que vayáis. Yo no volveré. Sin duda hay mejores sitios en Valencia a los que ir. Sobre todo en Agosto. Sin ir más lejos he estado desde el Lunes 1, tres veces en Vuelve Carolina (dos comidas y una cena) y, pese a que no me acaba lo juntas que están las mesas, reconozco que todo lo demás estuvo a gran nivel: comida, servicio y rcp. Y es Agosto. Igual que cuando he ido allí a principios de Julio.