El local de sidrería típica asturiana, con una barra alargada, ocupada al completo por clientela con un servicio amable y diligente.
En local del restaurante se encuentra al fondo, separado del resto únicamente con una barra de madera.
Mesas con doble manteles, la cubertería y cristalería discretas. Servicio voluntarioso, rápido y con la sensación de no encontrarse a gusto si el comensal no pide lo que solicitan la mayoría de las mesas del local.
Tres comensales hemos compartido:
Como entrantes: salpicón de rape, que resultó falto de sabor y frío en temperatura y almejas a la plancha, con un tamaño adecuado y buen sabor, pero con una presentación desangelada, perdidas en una bandeja amplia.
De platos se solicitó: rodaballo a la plancha, que se presentó en una rodaja de generoso tamaño, que cumplió y dos rociones de rubiel (parecido al besugo) al horno con patata panadera que también cumplieron.
De postre un zumo de naranja y dos tartas (manzana y almendra) que no recordaremos por nada especial, en ninguno de los sentidos.
Carta de vinos, con pocas denominaciones (Ribera, Rioja, Rías Baixas, algún cava y se algún Toro) saliéndose de lo habitual Valtosca (que no tenían ya) y Mauro crianza 2005(1) que tomamos. El servicio del vino es escaso.
Se acompaño de agua y 2 cerevzas
Al final de la cena (23 horas) resultaba el local en mesa, ruidoso y con humo.
Se cerró la cena con 2 Gin Tonic, con no demasiados tipos de ginebras.
En conjunto mi sensación fue de, sidrería con buenos pescados y mariscos.
El precio total 180 euros.
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