Vuelta al cocido, esta vez con compañeros del colegio, mayoritariamente jubilados al sol, que nos fraccionamos en dos grupos (no hay forma de fijar fecha buena para todos aunque en este caso el tamaño del local lo agradece) porque el local, ahora mejor decorado y espaciado de mesas, sigue estando lleno hasta la bandera, y eso que con la postpandemia las mesas en la acera se han incrementado notablemente.
Sigue habiendo buen servicio y rapidez y más que esta vez vamos con clientes muy frecuentes, como muchos otros de los asistentes que se tratan con gran familiaridad porque el contacto debe ser bastante habitual. Lo que sí ha cambiado es el precio que sube a 24€ (más del 30% en menos de 3 años) y también ha cambiado la cantidad porque, aunque sobró fue más porque ya no somos tan comedores como antes; por ejemplo pollo había poco más que un muslo y entremuslo para repartir y la ternera que había, que no era garreta, estaba difícil de manejar siendo casi todo hueso. Afortunadamente la calidad y elaboración se ha mantenido pese a la crisis.
En la bebida hubo variedad (cerveza, coca cola, agua) aunque los más nos quedamos con el clásico vino, Abadía del Roble, con gaseosa.
El cocido valenciano (por los ingredientes) se sirve en 3 vuelcos en teoría pero en la práctica nos van poniendo las bandejas sobre la mesa. El primero con la sopa de fideos en buena cantidad, buen punto de la pasta (textura de consistencia mantenida); acompañan unos cuencos de barro con garbanzos, normales, algo de más cocidos rompiéndose algunos de ellos bien de sabor. A continuación viene la bandeja con chorizos, blanquet (no hay morcilla) y la pelota todo ello bien cocido manteniendo buena textura con una pieza de cada por comensal. Casi al mismo tiempo viene la bandeja con las carnes, patatas y verduras con buena presencia de abundantes carnes de manetas (y pierna) de cerdo estando perfecta de cocción; muy poco pollo (no me llegó) y la ternera algo pasada de cocción que casi nadie probó por el tipo de pieza; la patata, una por persona de tamaño ajustado, demasiado cocida; la verdura también en escasa cantidad (lo mismo se pondría para 2 personas: una pieza de cada, salvo zanahorias) para repartir entre 6 comensales, estaban bien de cocción y sabor; esta vez no había huesos de rodilla (o vértebras) que supongo, por el sabor, que sí se utilizaron.
Rematamos con los postres caseros que fueron variando: flan de café, tarta de moka (esta vez sin café espolvoreado por encima), natillas (con su galleta), etc.. en un buen nivel aunque más que tarta de moka debía llamarse puding de moka.
Unos cafés o cremaets finales bien preparados, más un rato de charla amenizaron la sobremesa. Alguno se llevó sopa para cenar y varios ni probaron (¡error!) ni el chorizo ni la pelota.