Uno de los de antes

El Hotel Real se alza en la colina de Reina Victoria como si de un orgulloso balneario de principios de siglo se tratara. Blanco impoluto y techado de pizarra negra se erige por encima de cualquier otro edificio de la capital cántabra. Muchos son los lugares desde los que se puede ver el hotel, pero todavía son más los que se pueden disfrutar desde cualquiera de sus balcones, amplios y luminosos, hoy al alcance de cualquiera que quiera darse un caprichito pero antes sólo disfrutable por la corte que acompañaba a la familia real en sus veraneos.

Alojarse en el Hotel Real es una experiencia en sí misma, no apta para quienes busquen las atenciones y servicios de un hotel de cinco estrellas de hoy pues, muy a mi pesar, la gestión no es ni mucho menos la que un hotel insignia como este debería tener pero sí, desde luego, para los que entiendan que el lujo a veces pasa por prescindir de las amenities más chic, el maletero que cargue con tu equipaje o el debido cuidado de los detalles, para adentrarte en un edificio lleno de historia en el que han dormido reyes, jefes de estado y las más exquisitas señoras con parasoles y puntillas que veraneaban tres meses durante la florida Belle Epoque.

Las habitaciones varían mucho de unas a otras, nunca pasando por grandes lujos, pero si cambiando en orientación, vistas y decrepitud del mobiliario. En general: camas amplias, un armario antiguo, un escritorio, una mesita y dos sillas, componen la decoración de las habitaciones, cómodas aunque tal vez más propias de hoteles con una estrella menos. Baño bien equipado, de mármol aunque en ningún caso nuevo. Lo mejor, sin duda, los balcones orientados al mar (tarifa diferente según las vistas) desde los que se filtra una mágica luz que, como si de la varita del hada madrina se tratara, convierte esa calabaza de 4 estrellas en la carroza más lujosa que jamás uno haya visto….lujo de 7 estrellas, visión impagable….

Desde el balcón se ve el mar infinito de Santander, las playas de Somo y Pedreña, el faro y, a lo lejos, el palacio de la Magdalena con sus maravillosos jardines. Para los curiosos, hay muchas habitaciones que dan justo encima de la casa de Emilio Botín, ejemplo perfecto del aristocrático entorno de viviendas residenciales que rodea al hotel.

Los desayunos los sirven en un bonito invernadero que da a los jardines. Buenísima calidad de productos en un buffet que bien merece el no poder probar bocado hasta la cena. En los salones se puede tomar una buena copa hasta tarde y, en verano, la terraza es una de las más agradables de todo Santander. La pega quizá sea que los salones, otrora perfecta combinación de estilo palaciego con grandes cortinas y sofás tapizados con sedas y encajes, hoy lucen más apagados y un pelín faltos de cariño.

Por último, para los amantes de los tratamientos de agua, el hotel inauguró un centro de talasoterapia en el 2003 que, aunque chiquitito, ofrece un punto de calor, descanso y agua, a todos aquellos que tengan miedo a probarla directamente del gélido cantábrico.

Un icono en horas menos lustrosas pero sin duda un lugar que ningún buen viajero que se precie debería perderse…

  1. #1

    Francescf

    A nosotros siempre nos han llevado las maletas desde el coche a la habitación, y viceversa... Aunque nunca hemos ido en temporada alta :-/

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