Será la botella. Será la añada. Seré yo. Color vivísimo y lágrima que prometen un vino potente y frutoso. Pero eso era todo, o casi todo. En nariz muy débil, apenas destacan unos aromas de frutas imprecisas y algo de especias. En boca mejora un poco, balsámico, caramelo tostado, más fruta. Vuelto a catar con 40 minutos de reposo y lo mismo. Nada que ver con los portentosos shiraz de Mendoza de los últimos años. Las botellas que me quedan las dejaré tranquilas unos meses a ver qué pasa.
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