Joie de vivre

Le he seguido la huella a Clos Apalta desde la cosecha 1999, y me gusta tanto que jamás lo he escupido ni siquiera cuando me recuerdan que Michel Rolland estaba (porque ya no lo está) detrás del vino.

Es un vino de puro placer, de gran definición a almendras y nueces, piel y silla de montar, tinta china, cerezas y zarzamoras. Tiene una maciza estructura y un recorrido terso, generoso en sensaciones, que se prologan hasta el final, denso y largo. Mis dos lectores y yo estamos ante un gran vino, de lo más bello que tiene que ofrecer el viñedo chileno al mundo. Pura joie de vivre, para acompañarlo con una buena edición de Las preciosas ridículas, de Moliere; o en una tarde con El caballero de la rosa, de Richard Strauss.

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