En el mes de mayo abrimos un blanco de godello y treixadura del mismo año que salió estupendo. La impresión después del de hoy es ver lo bien que envejecen los vinos de esta bodega. Hasta el corcho estaba en un estado impecable de conservación.
Color picota, borde teja, sin nada de poso, limpio y brillante. Capa media.
Nada más llevárnoslo a la nariz confirmamos su buen estado de forma. Se trata indudablemente de un vino con años, que tampoco está hecho para crecer en botella, pero que al igual que sus hermanos, da la sorpresa. Fruta roja y negra madura, hojas de sen, ahumados, flor marchita, zurrón, bosque... Dos días más tarde sigue ahí con todo en su sitio.
En boca, hay tanino, hay acidez, no hay apenas alcohol y sí una cierta complejidad. ¿Acertaríamos la zona a ciegas?, pues no, pero es que eso sería muy difícil, suficiente con pensar que lleva tempranillo.
Final largo.
Cojonudos estos vinos de Roberto Verino. Y la bodega es preciosa.
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