Mala organización y local muy ruidoso

El local familiar de la calle Agujas se traslada al otro lado de la avenida de Bellavista, con pretensiones de mejorar lo que era una sorpresa en la hostelería tradicional de dicho barrio. Lo que en el bar antiguo podía disculparse, en el nuevo (con pretensiones de restaurante) no debería tener cabida. Para empezar no permiten reservar, obligando al cliente a personarse a ciegas, o a esperar a que queden mesas libres. El local es de fumadores y las mesas las preparan una vez que han llegado todos y cada uno de los comensales, con lo que te ves abocado a permanecer en la barra expuesto al humo, o en la calle pasando calor.

La sala está decorada de forma sencilla y al no tener ventanas ni cortinas, el sonido retumba convirtiendo la comida en un suplicio si hay algún grupo numeroso (como fue mi caso).

La carta está compuesta por platos algo mayores que tapas y algo menores que medias raciones, con estilo moderno sin entrar en grandes honduras, como lasaña de avestruz, timbal de arroz con alioli, lomo de ciervo con mostaza crujiente o tacoas de atún en salsa de mejillones. En cocina tienen un serio problema con el punto de cocción (qué seco estaba el atún!) y sobre todo con el de la sal, con tendencia a salar las salsas demasiado dejando sosa la materia prima, con lo que el contraste en el paladar es bastante extraño. Las cinco personas de la mesa coincidimos en la misma apreciación. Destacan las croquetas de calamar, simplemente perfectas. No tomamos postre ya que literalmente huimos del ruido.

Eso si... de precio muy bien.

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