Comí una vez. Y nunca más. Restaurante para gente distraída como yo. Y,

Comí una vez. Y nunca más. Restaurante para gente distraída como yo. Y, por lo que vi una vez dentro, restaurante para turistas y grupos de esos que se dejan llevar en manada y a quienes les venden cualquier cosa con puro marketing, o sea, que no se sustenta en nada. Eso es lo que vi en el comedor: grupos. Pastel de cabracho vulgarísimo. La barreja de closcas, navajas y calamares vulgares también, y cara. Las croquetas de marisco no pueden llamarse croquetas sin insultar a mi pobre abuela, o sea, una impostura. Y hablando de imposturas, la merluza a la Vasca cargada de harina y de perejil (era todo ello una masa que más bien parecía espinacas a la crema) merecería una queja formal de Presidencia del Gobierno Vasco a este restaurante, por semejante destrozo. ¡Ah! La merluza. Dudosa, y mal disfrazada con semejante papilla verdiblanca. El rape Pinxo, otra vulgaridad, insaboro. Postres de olvido inmediato. El vino, bien, un Penedés. Como decía, una y no más.

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