Un clásico de Bilbao

El Kirol fue un restaurante clásico, de los que triunfan sobre todo gracias al boca-oreja, que hace unos años tuvo que abandonar el local que ocupaba en la calle Ercilla y se mudó a una nueva ubicación en Bertendona, junto al Instituto Central. Las reseñas anteriores en Verema son de esa época anterior, en la que yo también lo visité en alguna ocasión. No había vuelto a hacerlo hasta hace unos pocos días y doy fe de que, al menos en la cocina, parece que las cosas apenas han cambiado. Y menos mal, añado. Ahora, el Kirol es quizás un poco más espacioso aunque sigue siendo un restaurante íntimo, con una sala muy clásica pavimentada con lustrosa tarima y con paredes paneladas de madera, un atrezo que no desmerece nada del elegante edificio del ensanche bilbaíno que acoge el local. La atención es campechana, como muy de Bilbao, aunque sea la primera vez que vas te tratan como si fueras cliente de toda la vida. Para algunos las confianzas pueden parecer excesivas pero, la verdad, nosotros nos sentimos muy a gusto. Y vamos a la comida, que es lo que más importa. Éramos tres y mientras uno se decantó por una tradicional sopa de pescado los otros dos compartimos una ración de la tan afamada menestra, con su verdura rebozada y su salsa tradicional. Muy rica, desde luego. De segundo, y siguiendo las sugerencias del camarero, un plato en el que compartían espacio, juntos pero no revueltos, media ración de morros a la vizcaína y un orondo lomo de merluza delicadamente rebozada. Ambas dos, especialidades de la casa de justificada fama. A primera vista la combinación es insólita, pero los tres coincidimos en que, por extraño que parezca, ambas recetas casaban bien. A gusto de cada cuál, uno puede comerlas de manera más bien separada y consecutiva, o intercalando y hasta mezclando los sabores, que sobre gustos de esta índole pocas normas cabe dictar. Lo cierto es que así acabamos dando cuenta de varios de los platos que han sido, y parece que siguen siendo, imprescindibles en esta casa: menestra, merluza rebozada, morros guisados... Añadamos, aunque no tuvimos el placer, los chipirones (begihaundis) troceados en su tinta o la tortilla de patatas que, con gran éxito, sirven en la barra del bar. De postre hubo unas exquisitas torrijas flambeadas y alguna otra cosa que no recuerdo. Cayó una botella de crianza Pago de los Capellanes (Ribera) a precio razonable (28 en carta, ronda los 20 en tienda). Bien servido, como no, aunque la carta de vinos era más bien corta, con un claro predominio riojano en tintos. Con cafés salió a 70 por barba. Vale que es caro, pero el género era de primera y la atención también. Un restaurante clásico al que podrías invitar a tus padres y quedar como un señor (o señora, según el caso).

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