No tan bien...

Huelga decir que estábamos muy ilusionados al visitar por primera vez al biestrellado cacereño. El local es precioso, elegante sin ser agobiante. La cristalería bonita, pero la vajilla y la cubertería muy pasadas de moda y, realmente, en el segundo caso, muy feas. El servicio, aunque atento y profesional, muestra una arrogancia y frialdad mas propio de restaurantes de otras épocas que de nuestros dias, menos encotillados.
El aperitivo fue un salmorejo con una crema de queso, bueno sin mas, pero que apetecía en un día tórrido de agosto. Siguió una especie de ensalada de zanahoria, ortiguilla e hinojo, algo subida de vinagre, nada especial, la verdad.
Mas interesante resultaron los guisantes falsos (de wasabi), con cochinito crujiente y crema de guisantes. Muy cremosos y agradables al paladar. El Bloody Mary con helado de cebolletas no nos dejó mucha huella, poco matiz una sopa de tomate.
Las ostras se nos sirvieron en dos combinaciones: una con infusión de melisa, que dejaba intacto el buen producto y otra, muy interesante, frita con papel de frutos rojos y kimchi.
Siguiendo con el mundo marino, una cigala verde con pan de algas y tierra de aceite, no llegaba a emocionar, mientras que el carabinero dió mas juego, servido de tres maneras: la cabeza para chuparla, una especie capucchino servido en taza y, especialmente, su carne con maiz y meloso de cerdo ibérico, que me pareció atrevido a la par que elegante y sabroso.
El pescado fué un rape con cítricos, mil y una noches (?) y pan de cominos, bien tratado, pero quizás sin demasiada presencia, ya que los otros sabores eliminaban el ya de por si sabor delicado del rape.
En el apartado carne, se nos sirvió un solomillo de retinto en dos pases: en tártar con helado de mostaza, muy vulgar y asado con costra crujiente de hierba, bien hecho pero al que no le encontramos demasiado sentido.
El famoso binomio de torta del Casar con membrillo y aceite especiado, estaba bien, pero resulta difícil considerarlo un gran postre, como tampoco nos lo pareció una piña tratada en tres texturas (piña colada, helado, con platano). Terminamos con un trampantojo, una cereza que no es cereza, buena pero no extraordinaria.
Unos buenos entretenimientos acompañaron a los cafés.
El sommelier nos recomendó un vino extremeño, un "Pagos de Maribel" del 2013 de garnacha blanca, de producción limitada a 180 botellas, que nos gustó mucho francamente y que maridó perfectamente con todos los platos.
En conjunto, Atrio no cumplió las expectativas que teniamos. En primer lugar, el restaurante nos pareció poco apegado a la tierra que lo acoge, excepto por algunos detalles. De la misma manera, abusan un tanto de ciertas texturas (los helados salados me encantan, pero no hace falta ponerlos en casi todos los platos) y sabores, como por ejemplo la mostaza de Dijon, que aparecía en tres de ellos. Por otro lado, aunque parece una cuestión menor, el pan que nos sirvieron era de una calidad francamente mediocre y, además, cobrado de una forma excesiva, como casi todos los complementos (aguas, cafés, copa de bienvenida...). En definitiva, creo que han de comenzar a replantear hacia donde va el restaurante, el menú de este año nos ha parecido mal pensado y falto de ideas novedosas.

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