Coño Juan, vaya inspiración a esas horas de la noche!! ;-))
Pues nada, ya sabes que soy buen aficionado a la pasta fresca y demás, así que habrá que añadirlo a la lista, aunque veo que tendremos que llevar algún vino
Dos premisas que me marcaba mi padre cuando yo era pequeño:
1. En carretera, para siempre donde veas coches y sobre todo camiones.
2. En restaurantes de comida internacional, fíjate si hay clientes del país en cuestión.
Como soy obediente, he seguido sus consejos y por eso soy fiel a La Cueva en Alar del Rey, Portonovo, Miyama, Don Lay, Friday's o el italiano de mi barrio.
Vivo cerca de Tocco Giusto, es sencillito, barato, el trato es amable y se come fenomenal. Además la mayoría de los comensales habla el idioma de Petrarca. Garantía de éxito.
La carta es escueta, las preparaciones son clásicas y todo es casero, hasta los diferentes tipos de pan. Las pizzas son de las mejores de la capital y con las tres texturas necesarias: crujientes en el exterior, gomosas a la mitad y esponjosas en el centro. Y de masa intermedia tirando a fina, como a mí me gusta. Quien prefiera las suelas de zapato de plataforma, la carne picada, el ketchup y el chile, que viaje a Chicago y que pida mesa en Uno. Tampoco digo que no tengan su rollo, pero son otra cosa. Además, puedes pedirlas con los ingredientes que más te gusten. Aparte, sabrosas pastas frescas o de grano duro con adecuados puntos de cocción, me explico: en los ochenta, nos acostumbramos a comer los macarrones y los spaguetti babosos, después llegó la revolución de los tortellini, cappelletti, agnolotti y demás, rellenos de muchas cosas novedosas que no pegaban ni con cola y que encima estaban casi siempre mal escurridos, y por fin, a mediados de la década del dos mil, todo se pasó de vueltas y con la excusa del purismo, a los platos les faltaban cinco minutos de fuego y nos dejábamos los dientes con cada pinchada. Esperpento y abominación. Viajabas a Roma, a Florencia o a Milán y te dabas cuenta de que todo era mucho más fácil, que una carbonara o una boloñesa era como la que hacía tu madre en casa, con los mismos ingredientes básicos aunque algo más duros, con la salsa de tomate menos pasada y con una albahaca o una pimienta negra que olían mejor, así de simple. Para terminar, un logradísimo tiramisú y una gran panna cotta.
Para beber, lo mejor es decantarse por su escogida selección de cervezas, todas con perfecto control de temperaturas y servidas en buenas copas. Y si apetece al final, podemos pedir alguna grappa interesante.
Luigi, el gerente y propietario es un máquina, lleva años en esto, fue socio de Ciao, entra y sale en la cocina a toda velocidad, es un pizzaiolo de los de verdad, tiene don de gentes y además, muchas ganas. ¡Suerte, amigo!.
Coño Juan, vaya inspiración a esas horas de la noche!! ;-))
Pues nada, ya sabes que soy buen aficionado a la pasta fresca y demás, así que habrá que añadirlo a la lista, aunque veo que tendremos que llevar algún vino
Todo es hablarlo, tenemos pendiente la segunda de Barbarescos y la miscelánea de italianos viejos….
Un día vamos, os va a gustar. Grandes pastas e insuperables pizzas.Además, Luigi seguro que nos deja llevar botellas y si son italianas me imagino que le encantará vernos por allí.
Un abrazo,
Lo de los camioneros es un clásico! En los innumerables viajes zaragoza-mérida de mi niñez (mi padre era extremeño) también me decía -y hacíamos- lo mismo. Qué tiempos! ... y qué padres!!
Abrazo.
Jajaja, eran padres que nos daban máximas para muchas cosas de la vida, el mío lo sigue haciendo. A veces tenían razón y otras no, pero yo a todo digo que sí.
Un abrazo y hasta pronto,
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