Tradicional restaurante en el no menos tradicional tubo de Zaragoza. Bullicioso bar a la entrada, las salas son un poco más espaciosas y cómodas, y aunque no debe llevar mucho desde su última reforma, tampoco se tomaron demasiadas licencias estéticas.

El servicio, sin ser malo para el sitio del que se trata, se limita a servir y retirar platos.

Carta de vinos del montón, con precios más o menos correctos, servido en copas, que ya es algo. Optamos por 3 mágnums de Ramón Bilbao Crianza (a unos veitipico euros) y una de Rueda que no recuerdo (a 9€).

Eramos un grupo numeroso y cenamos a base de centros de mesa, uno de habitas con paté -uffff-, otro de huevos rotos normalillos, y unos calamares romana correctos, bastante flojetes en conjunto, pero comestibles, y luego un segundo que cada uno eligió, dividiéndose la mayoría entre el solomillo de ternera (producto normal, de cantidad suficiente) y la paletilla al horno, que a 16 y 15 € respectivamente, era creo, lo más caro de la carta. Para rematar la comida, unos pocos postres de nuevo al centro, aguas, cafés y una copa (pacharanes y licores principalemte), que hicieron que la comida se fuese a los 565 € de los 16 que eramos, se me antoja un poco excesivo para lo cenado, aunque creo que puede ser casi lo más caro que puedes cenar ahí.

El sitio no tiene gran cosa que ofrecer, y destinada a turistas que andan por la zona, grupos y celebraciones, nostálgicos y poco más, si el nivel de exigencia es bajo, puede cumplir.