Elegancia y confort en la 5ª

Construido en estilo neoclásico en 1905 y situado en la mejor zona de la 5ª Avenida neoyorkina, este emblemático hotel es el paradigma de los establecimientos de lujo de la ciudad.
A unos metros, desde la calle podemos hacernos una idea del tipo de hotel que es este Península; su imponente fachada de piedra, su escalinata exterior y los botones y maleteros nos dan la bienvenida en estos hostiles días navideños. Llevamos aquí desde año nuevo y el clima y la temperatura son horribles, las aceras están colapsadas de nieve, no se puede casi andar y menos con un carrito de bebé y el gélido viento quema la cara. Pese a todos estos inconvenientes una vez que nos adentramos por la puerta giratoria todo cambia, entramos en calor y descubrimos unos espacios comunes señoriales y amplios decorados en madera, estucos, mármol, lámparas de araña y bronces lustrosos. Cogemos el ascensor, subimos a la planta 11 y llegamos a nuestra habitación. Es espaciosa, está enmoquetada y se divide en tres estancias: una especie de recibidor con caja fuerte, armario y banco encastrado a la pared, el dormitorio con cama "Queen Size" mullida y con sábanas de hilo, televisión de pantalla plana, una chaise longue y una mesa de despacho con un gran ventanal al fondo desde donde se divisan los rascacielos cercanos a Central Park y por último el cuarto de baño. Este último espacio es entero de mármol con una gran bañera y ducha y WC separados, sin bidet y estilo "Cuéntame". Estos escatológicos detalles ocurren en todos los hoteles en los que he estado de esta ciudad y también en Paris.
Cambiando de tercio, en nuestra tarifa teníamos contratado el desayuno, a la carta y con un máximo de 90$ Por habitación y día. Pues bien, sin intentar pasarnos, pidiendo platos de 20 ó 25 dólares, siempre acabamos pagando suplemento y es que esto es New York, uno de los destinos más caros del mundo aunque haya gente que lo discuta, porque entre la base imponible, las taxes, el gratuity y los tips, por arte de birlibirloque el precio de cualquier cuenta se acaba triplicando. A pesar de estos sablazos matutinos, la calidad ofertada es muy buena.
Lo que no merece la pena es el restaurante, de cocina "pseudo" moderna, sólo asombra porque acaban cobrando un ojo de la cara.
Otra cosa muy diferente es el SPA y la enorme piscina interior. Se emplaza en el piso 22 desde donde se vislumbran todos los áticos de los edificios de la 5ª y la 55 con una perspectiva brutal. Darte un baño viendo caer la nieve es algo único.
En definitiva, alojarse en este hotel es una experiencia muy satisfactoria. Es parte de la historia de la Gran Manzana y tienes el mundo a tus pies.