Pura Sangre

Lo abrí tres cuartos de hora antes del primer contacto.
Lo primero que me sorprendió fue su oscuro color, casi negro, prácticamente opaco. Al mirar su densa, brillante y cubriente capa, a mi mente vino la imagen de una tela, no más bien de una piel, negra y lustrosa.
Cuando me empapé de su primer aroma, me envolvió una fuerte fruta negra, de tan madura casi compotada. Más tarde se hizo paso el bosque, las ramas, las hojas, los arbustos.
Con respeto, me decidí a probarlo y me golpeó su vigor, su potencia, su fuerte musculatura.
Y entonces lo vi, era un caballo, un caballo negro, galopando, primero desbocado, salvaje, pero según iban pasando las horas, se iba domesticando, iba admitiendo la doma del oxígeno, mas no del todo, no se entregaba completamente. Marcaba a su raza, su pureza, su casta.
Tras veinticuatro horas, el caballo me reconoció, me permitió cabalgarlo, pero en ningún momento renunció a su carácter.
Volví a olerlo y aparecieron las especias, y entre ellas, la pimienta negra.
Es un vino hermoso pero difícil, no apto para aquellos que gustan de un viaje tranquilo al trote.

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