Es un blanco de cierto carácter austero, con un color pajizo seco, ausente de destellos verdosos, y brillante. Nariz tirando a escasa pero con la definición varietal que se espera, halo cítrico, flores blancas y las habitules notas de campiña; cereal, espiga... En boca hay un ligerísimo tono almibarado de pera, resulta refrescante por balsámico y con un postgusto a dicha fruta blanca.

Abierto el día mundial de la garnacha (18 de septiembre).
La etiqueta es sencilla pero bonita.
Color amarillo parduzco claro. Limpio y brillante.
Aromas a fruta blanca con hueso, le encuentro toques de manzana verde. Es cremoso.
En boca es ligeramente amargo, un poco graso, con carga frutal. Es sabroso y tiene cierta longitud.

Botella borgoñona en su primera añada (hasta la 2013 fue bordelesa). Bonitas etiquetas. Cierre sintético de color negro.

Visual: amarillo pajizo claro y transparente, parece casi agua, destellos tendentes ligeramente a amarillo paja y reflejos tendentes a rojos piel de cebolla. Limpio, brillante y con muy buena lágrima.

Nariz: de buena intensidad, fruta cítrica y tropical (mango) pero, sobre todo, frutas blancas, toques de manzanas golden, pera conferencia, flores blancas, tierra húmeda, recuerdos muy ligeros a heno y balsámicos. Buena complejidad.

Boca: entrada fresca y sabrosa, de medio cuerpo para un blanco, buen volumen y untuosidad, un vino cremoso y casi que se mastica en boca. Buena acidez. Fresco pero con chicha. El final es medio-largo con un rico postgusto donde se nota su volumen y untuosidad.

Toda la ligereza (de color) que inspira la visual aquí al contrario: es un vino que sirve para el aperitivo y los entrantes pero que es lo suficientemente poderoso como para soportar incluso un plato principal de comida de mediana condimentación sin ningún tipo de complejos.

Excelente vino para una cena de sábado noche. Habrá que seguir su evolución durante los próximos 12 meses.