La inauguración de este restaurante, hace unos 10 años, supuso una auténtica revolución en la hostelería de la capital alavesa. La razón de ello fue que su cocinero y propietario, el jovencísimo Luis Ángel Plágaro, fue el primero en la ciudad que se atrevió a ofrecer cocina de vanguardia a precios populares. El éxito fue tal que los llenos eran casi diarios, y los fines de semana era casi imposible conseguir mesa. La primera vez que fui, recuerdo que fue en un hueco que había un martes.

El panorama ha cambiado mucho desde entonces, perdiendo poco a poco este local el atractivo que tuvo en sus inicios. Este domingo he vuelto después de muchos años, encontrándome ahora con una cocina en la que la creatividad ha quedado aparcada, siendo sus propuestas de líneas más tradicionales. Hemos elegido el menú degustación, en el que por unos 40€ nos han servido lo siguiente (los nombres los he puesto a mi aire, pues no recuerdo la deficinión completa)
- Aperitivos: un chupito de sopa de pescado, una croqueta y un bocadillito que llevaba jamón
- Ensalada de pollo
- Falso rissoto de chipirón
- Huevo a baja temperatura con migas y hongos
- Merluza a la plancha
- Centro de chuleta
- Postres: el primero de ellos una especie de granizado y el segundo un surtido de helados, mousees y cremas.
No ha habido nada que nos haya entusiasmado, aunque tampoco lo contrario. Lo más pobre, quizás, los aperitivos.

En cuanto al vino, tienen una carta poco extensa, pero con alguna cosita interesante. Sus precios, además, son comedidos. Las copas resultan apropiadas y el vino se sirve a buena temperatura. Tomamos, por recomendación de la sumiller, Leticia Plágaro, un Finca La Emperatriz Terruño 2008, que nos gustó mucho, así como un Pujanza 2006. Terminamos la comida con un par de excelentes cafés espresos. A destacar el trato tan amable, familiar incluso, que te dispensan desde que entras por la puerta.