Local enorme, con varias salas, terrazas y zona de aparcamiento. Decoración entre rústica y modernista en el salón donde nos acomodaron. Mesas amplias vestidas con corrección y, dado el tamaño del salón y que sólo éramos 4 mesas (3 de dos personas y sólo la nuestra con 4), sin vecinos cercanos. Menaje correcto. Servicio correcto que podría haber ofrecido algo más con sólo 10 comensales. La carta es fundamentalmente tradicional, con precios más bien subidos incluso para las raciones que pude ver en una de las mesas cuando llegamos. Carta de vinos muy tradicional con unas 40-50 referencias, con mucho blanco de Penedés y tinto de Rioja, más algunos cavas (un par de ellos me gustaban, pero optamos por el tinto a petición popular), sin indicación de las añadas. El que pedimos nosotros, a precio más que x3, servido algo subido de temperatura en copas correctas y sin siquiera darlo a probar, pero poniéndolo en una mesa a unos 2 metros de la nuestra. Me levanté y lo traje a nuestra mesa en cuanto se vaciaron las copas y no vi ningún camarero cerca.

El menú de 27,50€, que no incluía las bebidas, consistió en:

- Degustación de panes, aceites y sales: dos panecillos muy buenos, uno normal y otro con algo dentro que no recuerdo, tres sales (normal, con hierbas y negra de Hawai) y tres aceites servidos en probetas (hojiblanca, picual y arbequina) y sin más indicación que la palabra del camarero. Ninguno de los comensales supimos distinguir los aceites, ni por el olor, ni por el color, ni por el sabor.
- Cortezas caramelizadas: cortezas de bolsa cubiertas con unos hilos de caramelo líquido. La verdad, me esperaba otra cosa...
- Olivas verdial con tomillo: un par de platillos con el tamaño de los que ponen de tapa en algunos bares, pero servidos en mejor vajilla. Otra muestra de la experiencia del chef en Martín Berasategui, Drolma y ElBulli.
- Butifarra de pagès: 3 rodajas de butifarra por cabeza, de la que puedes encontrar en cualquier tocinería catalana.

Llegados a este punto, nos preguntábamos si el camarero tendría su día libre... Pero llegó el aperitivo:
- Brick de setas de temporada con salsa Idiazábal y manzana ácida: presentado en una cucharilla cerámica de esas que están tan de moda ahora. Al menos se notaba que había intervenido un cocinero en su elaboración...

Primer plato:
- Migas de setas con jamón y huevo poché: Según mi versión, timbal de cachos de pan duro, pero duro, donde tenías que buscar las setas, sobre una crema con recuerdos a jamón, y cubierto por un huevo frito. Todo mezclado, se dejaba comer.

Y el plato fuerte, sin ánimo de cachondearme (ver foto):
- Pollo de pagès ecológico relleno con gelatina de soja y suave crema de queso: de nuevo según mi versión, 3 cilindros de pollo rellenos de setas limpiadas con poca gracia, cubiertos de salsa de soja, acompañados de unos daditos muy salados de color marrón, de montículos de crema de queso con una tacita aneja con un puré fino de patatas. Me pareció un plato de V gama con un poco de aderezo para que no se notara tanto. Insípido a más no poder.

Y ya acongojados a la espera del postre:
- Espuma de crema catalana con caramelo de naranja y crujiente de remolacha: para nuestra sorpresa, lo que más gustó de la cena. Lo acompañamos de un par de copitas de Naranja de Oro (4,-€/ud.) servido también calentito en catavinos sencillos.

Bebimos un par de botellas de agua de 1 l., una botella de Mas Rabell Alquimia 2011 (por no pedir un Rioja), un refresco (a 3,60€ la botella de 20 cl.) y un café, con el que pusieron petit fours para todos: por cabeza, un trocito de brownie con un cachito de piña encima y una tira de algo que me recordó al hojaldre.

Dejo para mejor momento el tema de la iluminación y la música, que eso da para un ensayo entero.

Supongo que deben vivir de los eventos, porque lo que es este menú, no es que nos haya incitado a repetir... Y en la RCP sólo tengo en cuenta el precio que pagué.