Zona Playa de Levante, cerca de plaza triangular.

Al final de una larga barra siempre llena de gente, aparece este restaurante, como escondido. Nunca habíamos entrado porque desconocíamos su existencia, pese a haber estado repetidas veces en la mencionada barra (estupenda por cierto, repleta de tapas).

El restaurante es totalmente interior, ciego, estilo bodega, mesón… Maderas claras, algo de ladrillo de barro y botellas de vino por todos lados. Resulta algo claustrofóbico, pero acogedor, cálido.

Cocina vasca con género aceptable muy bien tratado, se nota que hay tablas “dentro”.

Tomamos el menú especial, que se compone de tres entrantes fijos y un segundo a elegir entre varios.

• Jamón ibérico, cortado a mano, con su pan, tomate natural y aceite. Un buen jamón con aceptables tostadas.
• Gambas rojas a la plancha. De tamaño medio, no eran las mejores del mercado pero se dejaban comer.
• Chipirones sobre cama de patatas y pimientos de Padrón. Los chipirones, discretos, las patatas fritas y los pimientos, riquísimos.
• Degustación de bacalaos: vizcaína, encebollado y pil-pil. Perfectos los tres, qué bien cocinados. El encebollado era de locura, con la cebolla caramelizadita encima…

Postre y café también incluidos.

Satisfactoria oferta de vinos. En el menú comentado había varias posibilidades. Optamos por el tinto alicantino Mo 08, de Salinas, servido en buenas copas sin más mimos.

Clientela muy estable. No me extraña, dada la buena calidad (muy buena si la ponderamos con el resto de restaurantes de la zona) y dado su trato simpático y cercano. Cuando entras parece que seas amigo de ellos de toda la vida. Tanto el dueño como su equipo trabajan con convicción, te tratan con mucha familiaridad, te conducen hacia donde ellos estiman. Gente entregada., con gracejo, que al final te colocan lo que ellos quieren, que por cierto suele ser lo mejor. Así que a la segunda visita, que llegará, ya dejaré que me saquen lo que les de la gana. No pondré ninguna resistencia.