Hace honor a su nombre

Local sencillo y amplio, dividido en dos plantas, una para fumadores y la otra no. Nosotros fuimos a esta última y resulta cómoda y espaciosa, aunque tuviéramos que aguantar a los niños recalcitrantes de turno, si bien los culpables siempre son los padres.

La cocina no tiene mayor misterio que sus carnes a la parrilla de carbón, especialidad que dominan, y entre ellas las costillas son su verdadera razón de ser, aunque también ofrecen cortes de vaca y buey, además de ciertos cortes argentinos. Se complementa con una buena oferta de entrantes sin mucho misterio pero bien realizados. Pedimos unos correctos pimientos de piquillo rellenos de bacalao y gambas además de la susodicha ración de costillas (la grande a 13 euros) con la que comen dos personas sin problemas, con el punto perfecto del asado y sin una brizna de grasa, realmente sabrosas, de las mejores que podemos encontrarnos en Madrid. De postre un rico flan de huevo y unos golosos profiteroles.

La carta de vinos es simbólica y se limita a unas cuantas referencias genéricas (Rioja crianza, reserva, Ribera del Duero crianza, Rueda, etc, etc.). Cuando pides la referencia sí te dan varias marcas, en nuestro caso pedimos un Rioja crianza y había tres opciones, escogiendo un decente Cvne crianza 2007, servido en una correcta temperatura pues proviene de una cava climatizada. Al pedir el vino nos cambiaron la copa del típico vaso de chato a una más correcta. El precio intolerable, 15 euros por un vino que cuesta unos 6, pero ya se sabe que los vinos que más cargan son los más baratos. Aquí los reyes son la cerveza o la frasca de vino de la casa.

Pues eso, un asador para comidas informales en el que dan unas costillas realmente ricas, no existiendo apenas más opciones, así que vegetarianos y pescaderos abstenerse. Pero para el que le guste el costillar, en pocos sitios lo hacen mejor. Y los precios, salvo en el caso del vino, muy contenidos. Una opción más cerca de casa, bien para ir de vez en cuando.