Y es que los canelones, podrían competir (bueno, acercarse) con los que hacía mi tía Concha, que son de largo los mejores que he comido en mi vida. De entrada, decir que es uno de los mejores menús del día que he comido en mi vida, si bien tampoco me prodigo mucho, pero es algo a tener en cuenta. Luego viene lo anecdótico de encontarte a Joan Roca, hablando por el móvil en la puerta, o la plantilla del Celler entrando y saliendo a comer.
El sitio parece remodelado recientemente, bastante pequeño, con una sala única separando la barra del comedor mediante un muro a media altura, las mesas son casi corridas y semicompartidas, lo que no tengo ningún problema, salvo porque te puede pasar lo mismo que a mí, que tenga que conmpartirla con tres imbéciles (que moderación de verema intervenga si lo cree conveniente), que no tiene nada mejor que hacer, que burlarse de una pobre mujer que mostraba signo de cierto retraso, pero que no se les caiga la cara de vergüenza de preguntar si los canelones eran de atún. Si no conoces el percal, resulta curioso, encontrate un restaurante así decorado con botellas vacías a mansalva de Chateau Margaux, D'Yquem o Petrvs (1970, para más señas). Servicio rápido y eficiente, de trato correcto.
Tal y como llegas, te acomodan en sitios ya montados, con la frasca de vino, la botella de gaseosa y de agua, así como el pan, y una ensalada para que te entretengas sobre la mesa, te van tomando la comanda sobre la marcha, en mi caso, los sublimes canelones, y de segundo, bacalao sanfaina, de salsa espectacular, pero el bacalao estaba muy pasado de punto, de postre crema catalana, buena, aunque pelín grumosa. Raciones un pelín cortas, aunque para mí suficientes.
Todo, junto con un carajillo 11 € (9,50 del menú, 1,5 del carajillo), aun tengo previsto otro viaje por la zona, supongo que aprovecharé para volver, y dar cuenta de algún otro plato.