Restaurante El Crostó en Andorra la Vella
Restaurante El Crostó
País:
Andorra
Localidad:
Dirección:
Tipo de cocina:

Añadir vino por copa

Precio desde:
33,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Nota de cata PRECIO MEDIO:
37 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
6.3
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
3.0
Comida COMIDA
8.5
Precio medio entorno ENTORNO
5.0
RCP CALIDAD-PRECIO
9.3
Opiniones de El Crostó
OPINIONES
2

El viaje Andorrano iba llegando a su fin. Último repaso a las posibles gangas, últimas compras y, por supuesto, buen avituallamiento de algunas delicatessen -foies, mostazas y quesos franceses- para pasar por el hotel antes de dirigirse, con buen hambre, hacia uno de los lugares de Andorra la Vella, ya conocido por quien suscribe, en donde más puede disfrutar un aficionado a la comida ... Y, digo bien, de la COMIDA.

Me explicaré.

Situación y entorno. Explicaba en un comentario anterior que hay que meterse por las callejuelas de Andorra, esas en las que se ve el piso de piedra, porque, entre unas cosas y otras, encuentras un lugar como éste. Escondido, cercano -2 minutos- a la Iglesia y al Ayuntamiento. Los lugareños lo conocen, y cualquiera te lo indica. Es una pequeña casita con fachada exterior de piedra adornada por flores y plantas... y la moto BMW último modelo del dueño.

El interior es pequeñito. Calculo que lo justo para que coman 20 pax. Y, ojo, aquí no hay medias tintas: o tienes reserva o no comes. Y el dueño es riguroso hasta el final con este tema. Prefiere que se quede una mesa vacía que fastidiar a un cliente que, incluso, puede no venir. Conclusión: reserva obligatoria, y no con poco tiempo. La decoración es muy austera, aunque divertida. Paredes en tonos cálidos, alguna madera, carteles en las paredes, y repisas atestadas del animal sagrado en este ámbito: el cerdo -algunos con vestimenta curiosa, como uno vestido de Elvis Preysler (incluidas patillas tipo hacha y bien repeinado -emulando al “Rey” en sus últimos días-) y otro con la camiseta de un famoso Club de futbol de primera división, cuyo nombre omitiré-.

Mesas de madera, sillas del mismo material, recias, rústicas, mantelitos de papel, servilletas sencillas. Mejor -bastante mejor- la cubertería, en especial la de los segundos platos y el vajillaje. Malos los vasos -sin remisión-. Muy justita la separación entre mesas, aunque esto no importa mucho, porque así vas viendo el desfile y te vas haciendo a la idea de cómo huelen los manjares y cómo pueden llegar a saber. Pero muy limpio, y en un ambiente casi “familiar”. Todo correcto, pero con ese punto de encanto que a veces se les puede ver a los sitios pequeños; sólo le falta una pequeña chimenea.

Servicio y servicio del vino:

Empecemos por lo peor. El servicio del vino es una pena. Baste decir que sólo hay tres vinos para elegir. Como me dijeron una vez en un guariche de mi ciudad a mi pregunta de “¿que qué hay de vino?, chico -me contestaron-, pues ya te lo he dicho: blanco, tinto y rosado”. Aquí, obvio, no fue así exactamente, aquí hubo mucha más educación y elegancia. Pero es la realidad: lo que tienen. Un crianza sencillito de rioja, un verdejo de rueda (Protos) y un rosado en el cual no me fije.

Lo anterior, unido a los vasos ya mencionados, da idea de que aquí hay que hacer de tripas corazón con el tema del vino (aunque el que se nos sirvió estaba correcto de temperatura). Pero eso sí, el servicio en general, es muy bueno. Dejando aparte la amabilidad del dueño -un tío simpático, antiguo carnicero de fama en esas tierras, que te dice todas sus recetas y te enseña todo y más sobre los cortes de la carne-, no hay ni una espera, los tiempos son perfectos, la educación es máxima y el trato es excelente, casi familiar, pero sin condescendencias.

Y, llegados a este punto, alguno dirá: ¿pero aquí hay algo bueno?... Pues sí.

Comida: No existe carta, sino un menú cambiante de temporada, que el dueño se encarga de recitar con soltura y que, necesariamente, le haces repetir: unos 10 primeros, 7/8 segundos y postre. Basándose en productos de temporada. Lo mejor. Esencias de comida casolana, con algunos apuntes de cocina italiana (pasta), francesa (quiches) y catalana. Diversidad de elección en los platos (legumbres, ensaladas, pastas, y mucha, mucha carne en múltiples variedades). Calidad y cantidad. Raciones bien surtidas.

Todo ello precedido por un interesante aperitivo consistente en un plato (pequeño) con aceitunas y embutidos. Fuet, butifarra y donya -embutido elaborado, se me dijo, con la papada del cerdo-, todos muy ricos. Acompañado con el pan, de un solo tipo y correcto.

En cuanto a los primeros, pues mi mujer -recordando su última estancia aquí- optó de nuevo por la pasta, comiéndose unos -los probé- riquísimos panzerotti (semejantes a los raviolis) de ceps, sobre una base de una delicada salsa de nata y aderazada con unas trompetillas y trufa (excelentes 9,5). Por mi parte, y al ver el plato que se comía una de las dos “paisanas” de la mesa de al lado, opté por pedirme unas habas con picado de setas y morcilla también muy rica. Pequeñas habitas, muy bien cocinadas (casi crujientes), sobre una base del caldo de la propia morcilla. Sabrosas a más no poder (9).

Con el estómago ya predispuesto, esperábamos el plato estrella -los segundos-, con especialidades tan “morrudas” como las manitas de cerdo, confit de pato, fricandó, ossobuco, ... Todo muy ligero. Mi mujer optó un entrecot de buey -pena de manitas o confit- acompañado de patatas fritas con grasa de pato (esto me dijo el dueño), de muy buena calidad y tamaño, pero un pelín pasado de cocción (7). En mi caso, mirada de nuevo a las “paisanas” para optar por una de las delicias del lugar: el ossobuco. Muy generosa ración, tierno, suave, sabroso, gelatinoso a más no poder, bañado hasta la saciedad por una salsa de zanahorias y vino tinto. Fantástico. Tanto que sólo otra vez he probado uno igual. Y fue en el mismo sitio que se comenta. Excepcional (10).

El vino iba cayendo a la par que el disfrute aumentando. Y cuando se iba acabando el pan, de tanto untar la salsa antes mencionada, llegó el segundo gran momento. El dueño, viendo el disfrute, nos dice si queremos algo de postre, que todos son caseros, con evidentes gestos afirmativos por mi parte. Espere -me dice-, que tengo algo que le gustará, saliendo de la cocina con una tatín de manzana recién hecha que daba gloria verla. Resérveme un trozo -le dije (añadiendo, por lo bajini, “el más grande”)-.

Mi propia quería, entre los 7 u 8 postres posibles, un sorbete (8 tipos distintos), pero el dueño la convenció para tomar el requesón casero con mermelada de melón francés. Fresco, rico y sabroso. Pero, ay la tatín, amigos. Trozos de manzana dulce entre los dientes, de buen grosor, jugueteando entre las encías, suaves pero carnosos, con una base de hojaldre perfectamente acabada de escaso medio milímetro de grosor. De esos alimentos cuyo disfrute obliga, necesariamente, a cerrar los ojos. Chapeau para el segundo 10.

Un café cortado para cerrar que, junto con el pan, una botella de agua y las viandas anteriormente mencionadas, dejó una cuenta total de 67 euros/2 pax. Posiblemente, la mejor RCP de Andorra la Vella.

Qué cosas esto de la comida. Hace no mucho se abrió un post en estas páginas acerca de si el vino te haría volver a un restaurante. Mi opinión personal es, sin dudarlo, que no, pues sin desdeñar en absoluto este último aspecto, yo doy preferencia a la comida, por la cual sí puedo volver y volvería siempre al mismo restaurante.

Y aquí está, sin duda, el perfecto ejemplo de lo que digo. Si van de aquí a un par de años por Andorra no sería extraño, más bien al contrario, que me vieran de nuevo por esta Casa. Cierren los ojos por un momento, tomen aire y piensen que, durante dos horas, el mundo del vino quedará reducido a un blanco, un rosado y un tinto. Y recuerden asimismo, como bien apuntó Osgood, que “Nadie es perfecto”.

He tenido suerte y haciendo caso de recomendaciones de clientes, fui a este pequeño local (no más de 25m2) en el centro histórico de Andorra la Vella. Mesas (6) y sillas de pino para un máximo de unos 25 comensales. Todo demasiado estrecho, pero dándole un ambiente familiar y cálido.
Servicio por parte de Jordi Sala. Hombre simpático y amable, que disfruta como pocos de lo que hace. Te canta la carta (unos 10 primeros y 10 segundos). Todos los platos muy atractivos basados en productos del día, aunque no hay pescados. Cocina catalano-andorrano-francesa.

Te sirve unos embutidos locales y unas arbequinas como aperitivo.

Cena para 1 pax.

Primero: Foie fresco a la plancha con unos boletus (el foie impresionante; los boletus no eran frescos).
Segundo: Onglet a la parrilla con unas verduras salteadas (el onglet, me explicó, es una pieza del buey o de la vaca que no se comercializa habitualmente en España. Es el músculo que sujeta el diafragma; no tiene ni grasa ni nervios, y es bastante jugosa). A mi me gustó. Muy tierna y sabrosa.
Postre (todos caseros): Tarta tatin (muy buena)

Vinos: Como curiosidad solo trabaja con una bodega de La Guardia y ofrece Señor de Lesmos, eso sí, en todas sus variantes. Conmigo, Jordi, insistión en que lo probase y me descorchó una botella de crianza que sacó de un mueble climatizado de no más de 24 botellas. Pude servirme varias copitas (Schott de gama baja).
Voy a puntuar el tema del vino como malo porque creo que una comida como la que ofrecen se merece algún que otro vino más. No es excusa la falta de sitio.

Precio total: 42.85€ (incluido impuestos, una botella de agua y el vino a 4€)

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