Separado del mismo por una amplia cristalera repleta de botellas verdes, resulta un espacio curioso y atractivo .Ritmo frenético y facilitador en el servicio de las mesas. Hay muchas y las doblan . Para ello necesitas personal activo , eficiente y amable( para no cabrear al cliente). Nosotros fuimos bien atendidos. Lo habitual el fin de semana es pedir un menú de 45 euros que incluye 1/2 de Legardeta por comensal, un primero , un segundo , postre , agua y café. No está mal. Pedimos un arroz negro con calamar, bacalao vizcaína , hamburguesa, merluza, etc.., fresas con galleta, tiramisú.Buena RCP, comida digna, bien presentada. Creo que merece la pena probarlo.

El entorno es muy especial, moderno, anexo al mercado del ensanche de Pamplona. Tiene una carta muy interesante con bastante influencia asiática , la relación calidad precio muy muy buena, el plato más caro es el taco de solomillo con 16,5€ creo recordar para que os hagais a la idea. uy bueno el tataki de atun con mayonesa de wasabi, y los maki-roll de Langostinos (al rededor de 12 € cada plato, bebimos 2 botellas de vino, en este caso Comenge a 13€ cada una, la selección muy cuidada en tanto a relación calidad precio, (como todo en este restaurante). La atención inmejorable.

Restaurante moderno, vistoso y...............poco más.

Comí de menú (creo que a 22 euros)

Un gazpacho (bien, normal)
Un bonito (como el local) a la plancha (demasiado pasado a pesar de pedirlo expresamente crudo)
No postre
Café (largo en exceso)

Cocina orientalizada (mucho jengibre, salsa de soja, woks y esas cosas)

Bebí una copa de cava (Agustí Torelló)
Tienen carta de vinos con los riojas, riberas de siempre y vinos navarros.

Servicio amable pero lento, lento, lento.

Moderno local que no debe llevar abieto más de dos años abierto, estilo loung bar, peor un poco salido del estereotipo, menso música, más luz, y más restaurante, pero de ese corte. Su nombre proviene del Mercado del Ensanche con el que comparte edificio, y del cual se separa mediante una original pared formada por botellas de vino vacías, techos altos, cortinas que caen desde el mismo, decoración tirando a minimalista, aunque casi sería más correcto hablar de práctica, dispone de bar en la entrada a distinto nivel, donde poder tomar una cerveza antes .. o una copa después. Buena distribución de mesas, el local también lo permite, servicio atento y eficiente, se ve todo muy orientado a un público más bien joven, o por lo menos no tan mayor, todo ello sn que una persona de más edad vaya a sentires incómodo, pero sí que es cierto, que la media de edad no excedería los 35 años.

Carta de vinos corta pero interesante (lástima que no tuviesen el A/N a los 28 € que rezaba la carta), precios comedidos, y servicio del mismo correcto. Elías Mora Crianza, 17€.

Si en ambientación del local podemos hablar de un terminado fashion, en cuanto a la gastronomía podríamos hablar de carta fusión, con platos de distintas procedencias culinarias, o de restaurantes de diverso corte, compartimos una ensalada de canónigos y queso de cabra (9€), normalita, unos rollitos vietnamitas (10€), correctos, y una témpura de verduras y langostinos con salsa romescu y alioli de patata (10,50€), que estaba bastante rica, con buen material de la huerta y mar. Segundos que pude probar, Secreto de ibérico con idiazabal y manzana confitadas (13€), que estaba bien, y merluza a la plancha con hongos (14€), que no estaba nada mal, quizás le sobraba un poco de tiempo en plancha. En lineas generales todo bastante correcto, tirando a la simplicidad en ejecución, buen producto (sin llegar a ser excelente), y minimizando al máximo el error, quizás los segundos un tanto escasos en ración, pero al ser cena, es terciaba. precios como se puede comprobar, correctos. En lo postres más de lo mismo, no pudo faltar la tarta de manzana.

La cena, con sus postres, su servicio, sus cafés, su vino y su agua, 136 € de 4 personas (34€ pax), con sus cervecitas de antes, su copita de moscatel ochoa para los postres, y su par de pacharancitos, 165 €.

Resumiendo, un sitio donde se puede ir a cenar con toda tranquilidad, en el que no vas a ser sorprendido ni positiva ni negativamente, a un precio razonable, y que invita a prolongar la noche un poco más allá de la cena.