Expectativas más que cumplidas

Acudimos a este precioso restaurante, elegido como "fin de fiesta" tras una ruta gastronómica por Cantabria y Bilbao, llenos de ilusión por conocer la cocina de Eneko Atxa y fue una gran experiencia.
Situado a unos 25 km de Bilbao, muy bien comunicado (acudimos en taxi), se llega a un complejo de tres edificios principales: la bodega de Gorka Izaguirre, El edificio de "Pret a porter" (opción más casual) y en lo alto, pediendo, el imponente espacio de cristal del restaurante gastronómico. Hacía mucho calor, por lo que agradecimos al entrar en el jardín con su agradable temperatura, su fuente, su vegetación y música de arpa. Las sensación que percibes al entrar, es la de estar en un lugar único. Enseguida salió Eneko a saludarnos. Saluda personalmente a cada comensal que llega, y lo hace con una sonrisa y una calidez sincera. Se nota que disfruta de lo que hace. Allí nos sirvieron los aperitivos, en una cesta de picnic se disponen un cacahuete (se come entero, corteza y todo), una bola de txacolí y fruta picante (esto ya merece la visita) y una antxoa ahumada, dipuesta dentro de un tarro, con su humo de romero. Muy buena. Pasamos al salón: impresionante. Totalmente acristalado, con unas vistas espectaculares a los montes y prados de la zona (aunque también a la autovía que los cruza), con mesas muy amplias, sillas muy cómodas y una luz única. Tal y cómo habíamos reservado, nos dispusieron en una mesa al lado de los ventanales, pero la verdad es que todas las mesas son buenas, dado que las que están en segunda fila, se han colocado de manera que su ángulo de visión a la cristalera coincide con el espacio entre las de primera fila.
Disponen de 2 menús, y elegimos el "corto" llamado Erroak, pero seguro que volveremos a probar el Adarrak, dado que los platos son distintos. Carta de vinos muy acertada, con buenas referencias, pero sin ser demasiado extensa, lo que hace que uno no se pierda en la selección. Precios ajustados. Elegimos un G22 de Gorka Izaguirre y la sorpresa fue mayúscula: nunca habíamos probado un txacolí así, con ese cuerpo, esa estructura y complejidad, con notas a hidrocarburos y muy glirécico. Empezamos muy bien. Copas Schott y buen servicio de vino, acorde con el nivel del local.
Respecto a los platos, todos excelsos: desde el huevo cocinado a la inversa, la minuciosa originalidad de la huerta, excelso bogavante confitado, contudente coliflor con mollejas, riquísimos raviolis de vaca Betizu, la espectacular presentación y textura del cochinillo, y mi plato favorito: el chipirón con croqueta negra y cebolla crujiente. Otro plato que por sí sólo, merece la visita. Para las carnes tomé una copa de Baigorri selección, muy bueno. Eneko salió a la sala a saludar a cada uno de los comensales y preguntar si todo iba bien. Pasamos a los postres y siempre recordaremos las castañas al sarmiento: es un espectáculo su presentación, acompañadas de un cuento sobre las mismas y con un sabor que te emociona. El efecto del conjunto es emocionante, bravo! Y solicitamos un cambio en el menú para probar la miel y el tocino de café. La espuma de miel dispuesta sobre su panal es otro plato digno de recordar. Con los postres, una copa de txacolí dulce de Gorka Izaguirre, impresionante: notas ambarinas, mieles, frutas tropicales, eterno. Café y una infusión junto a los petit fours, a la altura del resto, destacando la tarta de manzana. Para finalizar una copa de patxarán casero.
Visita de la cocina, enorme, allí estaba todavía Eneko trabajando, a las 17:45, con su sonrisa, compartimos una amable conversación así como las fotos de rigor. Visitamos los huertos e invernaderos dispuestos sobre el restaurante, muy cuidados.
La impresión global es muy muy buena. El cuidado que se aprecia en cada plato, su sabor, su presentación y el trato amable de Eneko hace que te sientas afortunado por estar allí y haber disfrutado de su trabajo.

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