Restaurante La Ontina en Zaragoza
Restaurante La Ontina
País:
España
Provincia:
Localidad:
Cód. Postal:
Tipo de cocina:
Vino por copas:
No
Precio desde:
14,00 €
(precio más bajo introducido por un usuario)
Cierra:
Domingos noche y domingos en julio y agosto.
Nota de cata PRECIO MEDIO:
28 €
Nota de cata VALORACIÓN MEDIA:
7.0
Servicio del vino SERVICIO DEL VINO
6.2
Comida COMIDA
7.0
Precio medio entorno ENTORNO
6.6
RCP CALIDAD-PRECIO
7.9
La tempura de verduras.
Ese torrezono,...
Las llamdas croquetinas.
Ensalada de verano.
Opiniones de La Ontina
OPINIONES
5

Y sin embargo no había introducido comentario. Pienso esta es la 4ª vez que iba y siempre he cenado muy bien, por lo que ya toca.

La decoración tiene su punto kitsch, alternando lo clásico con lo moderno, en forma de mural de pintura u tanto abastracta y una vitrina central llena de cacerolas y utensilis de cocina. 

Prefiero las mesas bajas que las altas con taburete alto, pero cuando llamé para reservar no quedaban de las otras, por lo que nso acomodamos en uan de las primeras; por fortuna pedimos colocaran al menos un par de taburetes con respaldo y así lo hicieron.

Llegamos antes de la hora y mientras esperábamos al resto de comensales nos tomamos un par de cañas bien tiradas y unas olivas de cortesía.

La carta se basa en platos esencialmente para compartir y tienen buena fama sus arroces pero para cenar no es plato de mi gusto por lo que nos quedamos con todo entrantes. Compartimos una sencilla pero buena ensalada de tomate, cebolla y ventresca.  Seguimos con unas croquetinas de setas y de jamón -te preguntan si quieres tamaño pequeño o grande- cremosas y conseguidas. Un estupendo torrezno y una tempura de verduras muy rica, persentada con romesco y una mayonesa muy ligera.

Pan de un tipo pasable.

La carta de vinos es corta pero con vinos de calidad probada y a  muy buen precio, el servicio es bueno. No consta añada.

Profesional conpetente y amable, muy buen nivel.

Mesas sin mantel, espacio entra las mismas correcto, ambiente un poco ruidoso si está lleno como era ayer el caso.

Como he dicho al principio todas mis visitas han sido satisfactorias.

  • La tempura de verduras.

    La tempura de verduras.

  • Ese torrezono,...

    Ese torrezono,...

  • Las llamdas croquetinas.

    Las llamdas croquetinas.

  • Ensalada de verano.

    Ensalada de verano.

Día de San Valentín… y hete aquí que el amor llama a mi puerta, sorprendiéndome mi propia -vía Cupido- con una comida en el presente restaurante, ya visitado en otras ocasiones, pero que, en el momento actual, ha dado un giro al concepto tradicional que, desde siempre, ha venido manteniendo.

Diré, para aclarar las cosas, que el mismo forma parte del Gran Hotel de Zaragoza, a buen seguro el establecimiento hotelero de más “rancio abolengo” de mi ciudad, sitio habitual de reposo de equipos de fútbol y toreros y cuya céntrica ubicación le hacen ser siempre una opción recomendable a la hora de alojarse en mi bimilenaria ciudad, tanto más tras la reciente reforma de sus instalaciones.

Y dentro de dicha reforma les diré que ello ha afectado, de lleno, al tema gastronómico, en un doble sentido: de una parte, han reconvertido la parte inferior de la zona de restauración, aprovechándola -para bien- en un agradable sitio de tapas que, ya les digo, está teniendo un indudable éxito entre el personal “veterano” o “senior” de Zaragoza -entre el que aún no me incluyo-, pero de lo que doy fe, pues he estado en diversas ocasiones; y, de otra, reconvirtiendo la parte superior -en la que se ubica el restaurante-, del cual paso a comentarles a continuación mis impresiones, siguiendo el orden habitual.

Entorno: Restaurante de fácil localización, pues está en pleno centro de Zaragoza, en la zona más “in” de la ciudad. Entrada amplia a través de la cual accedes a la ya citada parte baja. A la derecha se encuentra la escalera -en forma de caracol- que te da acceso a la parte del restaurante propiamente dicho. Y aquí llega la primera “sorpresa”.

Digo esto porque, tradicionalmente, el restaurante que se comenta se ha revestido de “seriedad”. Es decir, la totalidad de sus mesas, sillas, etc., han respondido a lo que es, en sí mismo, el Gran hotel de Zaragoza, algo muy “vestido”, en la línea de los restaurantes de, cuando menos, semi-postín. Pero hete aquí que la cosa ha cambiado y, EMHO, no sé si para mejor.

En este sentido, se ha producido una, a mi juicio, extraña mezcolanza entre el ambiente tradicional (mesas con mantel, sillas de butaca refinadas) con un ambiente auténticamente campestre (mesas sin vestir, sillas de plástico duro) y, todo ello, entremezcaldo, sin separación entre ambos -lo que quizá hubiera sido más lógico-, creando -por lo menos, a mi me pasó- una cierta confusión en el comensal. No sé, decisión empresarial será, pero, la verdad, ni a mí ni a mi propia nos convenció. Será que me hago mayor.

Por lo demás, el sitio está muy limpio, con buena luz, colores cálidos y es confortable, siendo muy buena la separación entre las mesas. Cubertería y copas correctas y vajilla blanca de grandes proporciones.

Servicio y servicio del vino: En relación a esto último, el mismo fue el habitual en estos supuestos. Descorche del mismo y primer servicio. Como el menú al que íbamos llevaba el vino incluido solicité la posibilidad de llevar un vino “especial”, a lo cual accedieron gustosos y con una tremenda amabilidad. El mismo fue, además, servido a la temperatura idónea. Solicité un decantador para el vino que se me proporcionó de inmediato. Muy bien es este punto, tanto más cuanto la botella que llevé no era fácil, por sus años, de abrir, cosa que quien se ocupó de ello consiguió, no sin poco esfuerzo.

En cuanto al servicio, puede reiterarse la idea anterior. Eficaz, servicial, atento y con una buena predisposición. Quizá -volvemos a lo de antes- debería cuidarse un poco la vestimenta de los camareros. Todos portaban chaquetilla blanca, pero … en este restaurante ¿cada uno puede ir con la parte inferior que le de la gana, vaqueros incluidos? ¿No sería más adecuado una cierta “uniformidad”? No lo sé. Insisto en que los años me deben estar cambiando.

Por lo demás, la amabilidad demostrada se reiteró con el servicio de platos -muy bueno el tiempo entre los mismos, sin espera alguna-. En nuestro caso, nos tocó como camarera a una joven encantadora, moza recia ella, con la simpatía a raudales. Se le olvidó ya, de primeras, la composición de uno de los aperitivos (eran dos) y cada vez que abría una botella de vino y saltaba el tapón parecía uno de los cañonazos con los que se celebra el jubilée de la Reina de Inglaterra, pero … entre lo servicial que fue, las ganas de aprender que tenía y que nunca le faltaba una sonrisa, pues eso, para contratarla con los ojos cerrados.

Y con ella llego la comida …

Comida: Y como he dicho, la misma consistía en un menú de 29 euros (32 con el IVA), compuesto de dos pequeños aperitivos, un entrante, un segundo y un postre.

En lo que se refiere a los aperitivos, los mismos consistieron en un mil hojas de foie, queso radiquero y manzana sobre un fondo de membrillo -muy bueno- y pastel de cabracho y granada, presentado en vaso de chupito -bueno-.

Pasando ya al primer plato, proponen tres opciones, de las que elegimos un arroz caldoso con calamares y calabacines. Muy buen punto de cocción del arroz (muy similar al italiano), terminándose la misma, con su propio calor, en el mismo plato. Muy bueno también el fondo, con un evidente sabor marinero.

En cuanto a los segundos, 4 posibles opciones (pescado del día, ragout de buey, chipirón plancha o solomillo de buey a la brasa). De ellas elegimos las dos primeras.

- El pescado del día consistió en una lubina al horno, de buen tamaño, con los dos lomos fileteados y doblados sobre sí mismo. Acompañados de una patatas al horno. Sencillo, pero muy correcto.
- En cuanto al ragout, el mismo se deshacía en la boca, meloso y perfectamente elaborado. Acompañado de un capa de crema de patata casi líquida, que ligaba perfectamente con la salsa -abundante y sabrosa- que acompañaba al guiso en cuestión. Buena ración.

En cuanto a los postres, nuevamente 4 posibilidades, de las cuales se eligió el soufflé helado de avellana y la tatín de manzana rota. El primero muy rico, acompañado en su parte superior de frutas del bosque; y el segundo, asimismo sabroso y con una original presentación dentro de una copa.

Pan de un solo tipo. Simplemente correcto.

Para finalizar, un café solo y un té rojo, a los que nos invitaron. Un nuevo detalle a tener en cuenta.

En definitiva, una buena experiencia gastronómica a un precio muy competitivo. Queda el “pero” -ya señalado- del nuevo entorno, que podrá gustar a no, pero es, sin duda, lo que hay. Querían aprovechar el sitio y el lavado de cara ha sido un acierto desde el punto de vista empresarial (el restaurante estaba lleno). Pierde el sabor antiguo del lugar, pero seguramente ganará nuevo público… Y, eso, en los tiempos que corren, no es cosa que se pueda desechar.

Fórmula nueva en La Ontina del Gran Hotel, adaptada a los nuevos tiempos en la restauración, raciones, tapas, picoteos. En un nuevo marco más informal pero muy poco acogedor, se trata buen producto con resultados óptimos pero un tanto dispares. Probamos correctas croquetas de jamón, un pequeño entrepan de verdura de temporada muy rico, patatas en sartén con piquillos y migas de chistorra con huevo escalfado( cuidado a los que no les gusta el huevo, porque no está enunciado en el plato), y una torrija sólo pasable, la cual adolecía de ingredientes en esta ocasión si nombrados( café, avellanas, chocolate), los cuales no se percibían. Carta de vinos muy corta y poco atractiva. El servicio trata de agradar, pero no es profesional. Se merece una segunda oportunidad, pero con reservas...

De paseo por las fiestas del Pilar en la señorial ciudad de Zaragoza, y de paso con ganas de visitar el emblemático restaurante. Local situado en una esquina del mítico Gran Hotel, clásico y elegante, con un servicio muy amable que te hace sentirte entre amigos.
Fuimos a cenar, le dimos un vistazo a la carta y al momento nos ofrecieron el menú PILARES, realizado especialmente para la semana, bastante completo y por el cual nos decidímos, aparte el precio nos pareció más que atractivo: 29,40€ todo incluido. Indicar que tienen otros dos menús de 40€ y 65€ también con la bebida.
Nos llamó también la atención que para los precios que barajan parte de la cubertería fuese de plata.

EL MENÚ:

APERITIVOS:

- Langostinos rebozados con salsa de pimiento.
- Patata con queso.
- Cecina de buey (Wagyu) y queso.
- Paté con cabello de ángel.

PLATOS:

- Ensalada de perdiz con salsa de salmorejo. (Uno por persona).
- Dorada a la brasa con fidegua de chipirón(A elegir entre unos 15).
- Entrecot con salsa rosa de pimienta. (A elegir...).

POSTRE:

- Helado (bastante normalito).

BEBIDAS:

- Agua.
- Vino blanco (copas sueltas).
- Vino tinto de la casa.
- Café.

RESUMIENDO: Restaurante de cocina de mercado con ciertos toques de cocina de autor, un servicio amable y familiar, donde la relación calidad precio es muy apreciable.

El restaurante está situado en una esquina del Gran Hotel, en pleno centro, a un paseo del Pilar.

La decoración es clásica pero sin estar recargada. Sitio elegante pero no imprescindible chaqueta y corbata. El trato es cordial y correcto. Solo hay unas 10 mesas, o sea, como máximo pueden caber unos 75 comensales.

Elegimos el menú degustación (hay dos, uno más ligero y el otro de carne quizás mejor para la comida). Elegimos el ligero por ser cena (36 € frente a los 55 €).

Todo estaba correcto. Para mi gusto el falso risotto algo demasiado cocido. Pero estaba a la espera del arroz caldoso de pescado y marisco con espárragos. Una verdadera delicia, de los mejores arroces. Y abundante. Lo mismo que la otra opción del menú de carne de ternasco, bien presentada.

El postre algo escaso pero rico.

La carta de vinos bien surtida y a unos precios razonables. No hay maridaje de vinos.

Probamos un Pirineos Gewurtztraminer excelente.

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