Me invitaron unos amigos madrilenos para visitar el museo y comer en este restaurante.
El servicio muy lento y sin pasion, la comida quiere ser muy moderna y vanguardista ,
pero con muchos fallos desagradables , y el menu degustacion resulta caro con el vino,
no me ha convencido.

Fuimos dos personas a probar su menú degustación a este restaurante, en un entorno privilegiado de paz y sosiego en el Museo del Traje.
La sala, cómoda y acogedora, quizás la iluminación artifical es lo que menos me gustó, aunque a mediodía con la luz natural resulta espectacular.
La carta de vinos y aguas atractiva, con propuestas internacionales interesantes, aunque la oferta de los vinos nacionales se basa únicamente en vinos "de moda"; elegimos un Sancerre de François Crochet 2006 muy interesaante por 22 €.
El joven sumiller estaba siendo sin duda lo mejor del restaurante, atento y voluntarioso, hasta que se le hizo un comentario por servir el PX Toro Albalá a temperatura ambiente y se sintió retado, cambiando completamente de actitud desde ese momento. A la pregunta sobre su carta y los vinos clásicos que le hice al final de la comida, su respuesta fue "voy a quitar todos los clásicos que me quedan, no puedo tener en la carta los millones de vinos que cato cada año". La experiencia le hará mejorar.
La comida muy decepcionante; sólo la presentación del txangurro en gelatina y un foie con fruta de la pasión fueron interesantes. El peor bacalao (¿o abadejo?) que he comido nunca, insulso, blando y con un acompañamiento de crema de perejil excesivamene amarga, y la presa de cerdo blanco, platos de una calidad muy mediocre sólo admitibles para un menú del día de los baratos. Los postres remataron nuestra decepción, fueron aun peor que los segundos; el chocolate, mal mal mal.
El servicio, estresado durante todo el servicio a pesar de ser muy lento (¿hay mal ambiente en la plantilla?), hasta que dieron las 4 de la tarde, cuando les entraron las prisas; haían tardado casi 20 minutos en arrancar la mesa y en servir algún plato y después nos comandaron y casi sirvieron los cafés (café cortado con la leche servida directamente desde la barra, frío y las tazas sucias)la vez que el postre. Desde luego, fala mano profesional y saber estar, y la sensación con que salimos es que nos habían metido un BOKADO a la cartera.

VARIOS FALLOS EN EL SERVICIO: la sumiller no se aseguró de tener un segunda botella de vino del primero que pedimos y tuvimos que cambiar de vino. El segundo vino estaba picado y lo tuvieron que cambiar. Al pedir las copas, no sabían los rones que tenían. El que pedí lo tenían y no me lo sirvieron por desconocimiento. Nos trajeron la cuenta sin pedirla y nos dijeron que a las 16:30 horas nos teníamos que ir porque cerraban el recinto.

Dos visitas a este restaurante: la primera en invierno, un menu degustación correcto con un buen servicio. La segunda en verano , a la terraza, con camareros atacados por la canícula y comida mediocre.

BOKADO ofrece varias opciones para disfrutar de su ALTA COCINA VASCA EN MINIATURA, desde la cafetería y el restaurante, hasta un ámbito privado para unas 25 personas o disfrutar de sus terrazas. Se puede elegir el menú degustación o cualquier plato de su carta, que jamás se sentirá defraudado, podrá disfrutar de los famosos e inigualables pintxos vascos, para comer con cuchillos y tenedor, en todas sus versiones: frios y calientes, dulces y salados, como en ningún otro lugar de Madrid. Les recomiendo el bombón de jabugo o la croqueta de chocolate. La carta de vinos, muy completa. Y su entorno tan verde hacen del lugar un espacio mágico, inigualable. Ideal para un comida o cena intima o para grandes eventos. No se pierdan el recorrido por el Museo del Traje.