Está escondido. Tanto, que ni mi GPS supo llevarme. Afortunadamente, con las indicaciones que nos dieron y los carteles que encontramos, llegamos sin más dificultad que las propias de una angosta y revirada carretera secundaria -o terciaria- de montaña.

Lugar con encanto, con unas vistas espectaculares y un ambiente que inspira paz de espíritu. Pequeño comedor para no más de una veintena de personas con decoración rústica. Mesas algo justas. Mantelería de tela, que ya es mucho. Buena vajilla, aunque pasamos los más de 20 pases del menú, postres incluidos, con sólo 2 platos, una cucharilla, un tenedor y un cuchillo. Sólo hay ese menú, que va cambiando según considera el cocinero y propietario, Josep Maria Troguet. Son pequeños bocados que mezclan tradición y modernidad (más o menos...) siempre basándose en productos de proximidad, muchos de ellos de su propia finca. Carta de vinos muy corta con referencias de gama media-baja, dividida en espumosos en una hoja y el resto de vinos en la otra. Salvo un Moët&Chandon a 45,-€, el resto de vinos apenas llegaban a los 20 euros de PVP. Difícil elegir uno para tantos platos diferentes. Nos ofrecieron un tinto elaborado en la propiedad que eludimos todo lo educadamente que supimos.

Me es imposible recordarlo todo. En el bando positivo, unas deliciosas empanadillas de ternera, un sabroso arroz de montaña, un canelón de lujo y unos champiñones rellenos para chuparse los dedos. En el bando negativo, una gelatina de martini demasiado espesa, una flor de Sichuan (me hizo gracia cuando la probé por primera vez, hace más de diez años), un solitario trozo minúsculo de ajo negro o un helado casero de fresa demasiado frío y ácido.

A mi hijo le pusieron un plato combinado de tamaño pantagruélico, donde destacaba el aroma del huevo frito, naturalmente de la propia granja del cocinero.

Pero salimos contentos, y muy llenos. Además de contentar el estómago, nos relajamos durante las más de dos horas y media de festival. Lástima que el vino no lo cuiden más. Me ofrecieron un chupito de vino dulce elaborado por un ascendente de los actuales propietarios. No tuve valor para decirle que estaba calentorro y apestaba a licor. Todo lo hacen en familia y se nota el cariño. Nos sentimos más como invitados de un anfitrión deseoso de agradar que como clientes.

Pese a que sólo abren los fines de semana o bajo reserva previa de grupos a partir de 15 personas, merece la pena echar un vistazo a su página (en catalán) http://calserni.blogspot.com.es/

Además del menú (25,-€) y del plato combinado para mi hijo (10,-€), tomamos la última botella que les quedaba de Clos Lentiscus Rosé (15,-€), una botella de agua de 1 l. (2,-€), un cortado (2,-€) y un chupito de vino dulce (2,-€). Excelente RCP.