Había estado alguna vez por la noche y me había llamado la atención la originalidad del sitio, pues no son habituales los restaurantes franceses en Barcelona. Lo curioso es que por la noche funciona como bar nocturno (vinos galos a copas desde 2.10 eur, selección modesta pero muy dignos) y donde se puede cenar a base de tapas y platillos. Por la mañana tienen fama sus desayunos y la terraza, en pleno barrio antiguo de Barcelona, es encantadora. Al mediodía tienen un curioso menú que quería probar.

El espacio no es enorme pero sí amplio sin estar nada apretado todo. El mobiliario parece semi reciclado, incluyendo antiguas máquinas de coser reconvertidas en mesas y todo de madera (sillas antiguas). El suelo es de baldosas clásicas y lo bueno es que entra el sol llenándolo todo de luz, lo que a finales de invierno se agradece.

El menú es algo corto (dos primeros a escoger, dos segundos y varios postres). De bebida tomé el blanco de la casa (de cerca Toulouse me dijeron, supongo que sería Languedoc-Rousillon), una copita más que aceptable. Comí una crema de calçots (esas cebollas dulces que se devoran tanto en Catalunya en esta época) que estaba muy rica, suave pero con sabor. Más que a calçots parecía a la salsa. De segundo un quiche de verduras y jamón dulce algo pequeña (del tamaño de un CD) pero casera y bastante buena. Me pusieron un par de rebanadas pequeñas de pan con jamón serrano encima también. A la quiche (el único plato francés del menú) la acompañaba una ensalada de bolsa con una sabrosa vinagreta. De postre tomé tarta de pera y nueces (buena ración). Las alternativas eran tagliatelli al pesto rojo y de segundo caballa con no sé qué.

Un menú que por la cantidad y variedad no es barato pero que al ser un lugar bastante bonito, en el centro casi, con camareros amables y con opciones que no comes cada día... pues para ir de vez en cuando pues bien. Una opción económica de restaurante francés. Para tomar copas se llena los findes.