Hacía mucho tiempo que no quedábamos con un par de parejas de amigos así que el domingo fue un buen día para reencontrarnos y compartir experiencias. Ambas parejas tienen hijos pequeños así que nos convocaron a un restaurante en el que los padres pueden comer tranquilos mientras los hijos juegan en una parte del local acondicionada para ello con colochonetas, toboganes, videojuegos, … y un par de monitores vigilan a los pequeños. La primera hora de juegos de cada niño es gratis y a partir de ahí se pagan las siguientes pero la comida es bastante más tranquila.
A juzgar por la afluencia, la idea no es mala en absoluto: restaurante abarrotado y niños por todos lados, con lo que el ruido es considerable.

Mesas de madera muy juntas para aprovechar el espacio al máximo, manteles individuales de papel, copas decentes y vajilla básica. Está claro que aquí lo importante no son este tipo de detalles.

Después de ojear la carta decidimos que lo mejor será pedir raciones para compartir al centro de la mesa y eso fue lo que hicimos. La cosa quedó así:

• Croquetas caseras
• Raxo con patatas
• 2 Hamburguesas de la casa
• Crujientes de pollo
• Huevos rotos con chistorra
• Calamares de Cedeira con patatas
• Filetitos de croca a la plancha

Se trata de una cocina sin mucho misterio, básica aunque bien ejecutada. Especialmente tiernos los filetitos de croca, se deshacían en la boca. Buenas las hamburguesas con ese queso de cabra que tanto me gusta en ellas. Buena textura de los calamares de Cedeira aunque la ración traía bastantes más patatas fritas que calamares para el precio que tenía (17€). Ésta fue la tónica de muchos de los platos, supongo que influenciado por los niños a los que les encantan las patatas fritas.

Varios postres caseros a elegir de los cuales yo me decanté por la tarta de queso al horno que no me dijo demasiado, estaba un poco insípida. Otra opción interesante era la tarta de la abuela (galleta, crema y chocolate) aunque no fue la elegida.

En el apartado líquido carta corta de vinos compuesta por referencias gallegas junto con algún Rioja y Ribera, aunque con alguna referencia interesante. Nos tomamos una botella de Lagar de Costa 2012 y dos de Bolo 2013. Para mi gusto mejor el Lagar de Costa, con esa salinidad y esa acidez características aunque en el Bolo se nota perfectamente la mano de Rafa Palacios, dejando a un lado esa golosidad característica de los godellos que tan poco me convence.
El servicio del vino se limita a descorchar la botella y dejarla encima de la mesa.

Como resumen se puede concluir que se trata de una muy buena opción si se va con niños pequeños (es su principal atractivo) aunque la comida no destaca demasiado, es básica aunque cumple.