Si el resort Cal Bou, un antiguo secadero de tabaco, y las casas que tiene en Fontaneda, siempre han tenido una fama de lugar bello, donde reposar y donde disfrutar de la paz y de unas vistas maravillosas, el restaurante ha permanecido cerrado unos meses. Pero por fortuna parece que la racha se ha roto, que hay una nueva gestión y que la comida y el largo aperitivo que hemos disfrutado hoy sábado, bien valen acercarse hasta este paraje idílico.
Celebrábamos el cumpleaños de un amigo. Y ni corto ni perezoso me he alojado la noche anterior, he disfrutado del desayuno, de la piscina, y nos hemos unido a la fiesta con el alama reposa.
Larguísimo aperitivo en la terraza del Resort. Para beber El Perro Verde 2013, vino elegido por el cumpleañeros. Y 13 bocaditos sencillos pero todo repletos de sabor. Mejillones en escabeche, croquetas de gamba (bonísimas, como dice un crítico come todo, visita todo), jamón. olivas maceradas en el local. Vamos, un comienzo que no hacía preveer el largo menú, cuatro platos y dos postres, que ha continuado.
Para comenzar un gazpacho de tomate con tartar de cerezas y bacalao con diversas semillas, calabaza y girasol. Ensalada de salmón y mango con pepino impregnado de frambuesa avinagrada, arroz de marisco con cigala, y para terminar un solomillo de cerdo con todo el aroma de la brasa y las hierbas que rodean este espacio.
Dos postres sencillos pero que cumplían su finalidad. Crema de yogurt y frutas rojas con miel, y una tarta de chocolate con una chantilly ligera y nada pesada.
hemos comido como si el mundo se fuera a acabar. Hay que alabar el servicio, que sin ser de una especialización tremenda, sí derrochaba ganas por agradar y se ha preocupado por el grupo de 25 personas con una profesionalidad esmerada.
Habrá que seguir los pases de ésta nueva propuesta. Pero sus primeros brillos valen la pena de ser vividos.

Hacía tiempo que no volvía a Cal Bou, las últimas experiencias habían sido desastrosas. Pero desde hace unas semanas compruebo que en su Facebook hay un nuevo aire, y un cambio en la cocina.
Mañana de domingo, y nos acercamos a comer.
En el salón dos mesas ocupadas.
El joven camarero nos da a elegir sitio y nos quedamos viendo la lluvia junto a una ventana.
Carta que se anuncia como slow food, con platos sencillos Pero aceptamos la propuesta por parte del camarero de un pequeño degustación.
Comenzamos con unos aperitivos. Unas patatas fritas, unas olivas a la naranja, una mousse de hígado de pollo de corral y dos elementos con harina, unos crujientes con notas saladas y una especie de papel de gusto marino.
Para comenzar una ensalada de ceps en vinagre, con tomate seco, alcaparras y judías. Bien aliñada, sencilla pero muy amable en boca.
Una crema de puerros continúa la degustación. Refinada, sabrosa. Aquí comenzamos a darnos cuenta de que los nuevos aires pueden sentirse realmente.
Un puré de chirivía y patata donde se apoya una yema caliente de huevo y un salteado de rosiñols sirve de meridiano de la comida.
Un Foie a la plancha se acompaña de ceps con buutifarra y una raíz, nabo escalibado. Muy bien de punto el Foie, y por fortuna alejado de todos esos empastes que acaban en dulce.
Para concluir una costilla de cerdo, "a baja temperatura" con anuncia el camarero", con un potente fondo con notas de mostaza y unos camagroc jugosos.
El postre lo compone un parfet de chocolate con un helado de vainilla y unos melocotones en almíbar de fabricación casera.
El menú ha tenido un precio de 30€, precio que nos ha parecido excelente.
hemos acompañado la comida con una botella de cava.
Sorpresa que esperamos no sea el canto de un día. Hemos podido comprobar que el servicio atendía a otra mesa en un correcto inglés, y ha sido muy atento durante toda nuestra estancia.
Una muy grata sorpresa para el anodino panorama culinario que se vive en el principado.