Cuentan los berlineses que Friedrichstraße fue durante el siglo XIX la arteria principal de Europa. Las sucursales de los mejores bancos, las tiendas y los primeros centros comerciales ocupaban aquí grandes espacios y eran la envidia de la época moderna. Sin embargo, con la práctica destrucción de la ciudad después de la Segunda Guerra Mundial y con la posterior construcción del Muro cuyos límites quedaban muy cerca, la calle perdió esa majestuosidad y quedó en la frontera del mundo occidental. Al caer el comunismo, poco a poco fue recuperando su esplendor debido a su inmejorable situación cercana a la Puerta de Brandemburgo y a la Isla de los Museos.

Y es en el epicentro de esta avenida donde se asienta el Meliá Berlín. Su sólida arquitectura compuesta por piedra, cristal y elementos metálicos y la cantidad de ventanas le dan un aire moderno y luminoso. Nada más llegar nos encontramos con un espacioso hall donde seremos atendidos por recepcionistas locales con escasa fluidez en otro idioma que no sea el suyo. De forma diligente, aunque algo brusca nos recibirán y nos asignarán las habitaciones.

Ya arriba, llegamos a una estancia amplia, moderna, funcional y limpia decorada en tonos blancos y ocres. Cama cómoda de buenas dimensiones, baño espacioso con abundante presión de agua, dos lavabos y un suficiente surtido de higiene personal. Dispone también de carta de almohadas, caja fuerte, TV de plasma con canales internacionales e internet gratuito.

Los desayunos son destacables, la oferta es variada y de calidad, lo único que falla es la escasez de zumos naturales, opción complicada en centroeuropa.

Disponen de un restaurante español de tapas, no muy conseguido y de un bar nocturno de estética "chill out"con bastante ambiente donde poder tomar buenas copas. Asimismo, al caer la tarde podremos relajarnos en la sauna de la azotea. No es problema el que hayamos olvidado nuestros trajes de baño, los clientes de cualquier edad practican la desnudez sin ningún pudor.

En definitiva, si no buscamos lujo y lo que queremos es patear los monumentos, creo que es una de las mejores opciones que conozco en esta peculiar ciudad por su situación y por su estado de mantenimiento