Blog de Álvaro Moreno

Viaje a la Provenza y los viñedos del Rodano

Cuanto más mayor te haces, más manías coges y más “perras” te dan. Yo estoy en ese momento de la vida en que te sientes en posesión de madurez para muchas cosas pero a la vez eres un “juvenil” para muchas otras. En los últimos tiempos, entre los muchos sueños y proyectos que brotan en hemorragia de mi cabeza está el viajar, casi de forma compulsiva, y más en concreto viajar a zonas con especial interés vitivinícola. En este éxtasis viajero Francia ha tenido últimamente centrado mi punto de mira. Ya había viajado al país vecino en dos ocasiones anteriores y en los últimos días lo he hecho en dos más. Me encanta este país, creo que para cualquier amante de la gastronomía y del vino es un lugar obligatorio de peregrinación. En general la Francia rural tiene un encanto especial, el paisaje acompaña, con el verdor que encuentras en cada rincón, una arquitectura sencilla, fantásticamente bien conservada, sin estridencias, detallista y a todo eso se le suma la carga histórica que se respira en lo referente a la cocina y el vino. No podemos olvidar que Francia es la gran impulsora de la cocina moderna (de lo que próximamente hablaremos en este blog) y que sus vinos son sin lugar a dudas, además de los más vendidos en el mundo, los de mayor tradición y caché del panorama vinícola internacional.

Mi última escapada se desarrollo por el sureste del país y más en concreto por la Provenza y el Valle de Ródano (Rhône). Provenza es uno de esos lugares a los que a mí me gustaría dedicar algunos de mis días de jubilación. No es un lugar para ir de paso, alojándote en un hotel y haciendo expediciones por la comarca como yo he hecho en esta ocasión. Provenza es para vivirla, para disfrutarla, para saborearla desde dentro. En los días que yo pase allí tuve la sensación de que ejercía una fuerte atracción magnética y te invitaba a integrarte en su quehacer diario.
Es una región que tiene muchos contrastes, en la que puedes disfrutar de su vertiente costera, al encontrase bañada por el mar Mediterráneo y como contraste a ésta su versión montañera ya que el norte de la comarca es zona Pre-Alpina, el Mont-Ventoux con su forma piramidal y su cumbre siempre nevada domina todo el universo provenzal. Cuenta con un río emblemático como es el Ródano, una zona salvaje, zoológica y taurina como es la Camarga, una ciudad medieval y papal como es Avignon y muchas otras que atestiguan su pasado como provincia romana, Aix in Provence, Orange, Nimes, Arles, Vaison la Romaine.



Pero sin lugar a dudas, si algún día me perdiera en la Provenza aconsejaría a mi gente que viniera a buscar al Luberon. Este parque natural es una bendición, una alegría constante para los sentidos. La primera referencia que tengo de esta zona es a través de la película de Ridley Scott, Un buen año (A Good Year), protagonizada por Russell Crowe, y basada en la novela de Peter Mayle, Un año en Provenza, que narra la historia de un reconocido bróker londinense que hereda de su tío un chateau y un viñedo en la Provenza. En un principio lo acepta de mala gana pero en muy poco tiempo se rinde a los encantos de esta mágica región hasta el punto de dejarlo todo, renunciar a su vida material en la City y dedicarse a disfrutar de la “verdad” de la Provenza. Esta película se rodó casi en su totalidad en el Luberon y más en concreto en Bonnieux, uno de los múltiples pueblecitos que adornan esta preciosa región, que se encuentran colgados en las laderas del valle, a los que suelen coronar una iglesia y un castillo, empedrados, no excesivamente expuestos al turismo (salvo algunas excepciones) y que te atrapan desde el momento en el que los oteas en el horizonte. Es una región regada continuamente por los rayos del sol, un auténtico vergel. En los campos que rodean estas pequeñas poblaciones se solapan viñedos con una solera mínima de 20 0 30 años, olivos, árboles frutales (que espectáculo es ver en el mes de junio los cerezos a reventar de frutos rojos que adornar su ramas cual árbol de navidad), grandes campos de lavanda, organizados como si de un jardín se tratara, que se erigen como la postal más emblemática de Provenza.
Imprescindible dejarse caer por pueblos como el antes mencionado Bonnieux, Oppede (en el que cerrando los ojos puedes retrotraerte algunos siglos atrás), Menerbes, Lourmarin (que pasada de pueblo, allí disfrute de uno de los mejores mercados ambulantes muy comunes en la zona), Ansouis, St. Saturnin les Apt, Roussillon (pequeño municipio, quizás demasiado transitado por turistas, en el que cada rincón se merece una foto y que nos recibe con su característico color ocre-rojizo), Gordes (quizás el más conocido de la zona, que a mi particularmente me impacta mucho más de lejos que desde dentro),…..

Ciñéndonos a la Provenza enológica podemos decir que un lugar dotado y predispuesto al mundo del vino, pero quizás no tiene el relumbrón o el interés de otras regiones francesas (Burdeos, Borgoña, Champagne,…). El viñedo y el vino está muy presente tanto en el paisaje como en la vida diaria, pero yo al menos no he encontrado nada sorprendente en las varias aproximaciones en forma de cata que he realizado en mis días de excursión. Quizás es destacable el papel protagonista que siempre ha tenido y que en buena medida aun conserva el vino rosado en el panorama vinícola de esta región. A pesar de que la oleada “tinto-parkeriana” que inunda los estantes de las vinotecas y las cartas de la mayoría de los restaurantes del mundo también ha llegado a esta zona y que los vinos tintos representan cada más porcentaje de producción, aquí se siguen elaborando una buena cantidad litros de vino rosado, de un color pálido piel de cebolla, que si bien no tiene una excesiva calidad, son vinos sencillos, fáciles de beber, que acompañan fantásticamente cualquiera de los ágapes que se celebran bajo el sol de la Provenza y sobre todo de la Costa Azul donde se consume casi en su totalidad el rosado que se elabora en esta tierra.
El cepage abarca una amplísima gama de variedades que se cultivan en esta zona que va desde la Garnacha (Grenache), la Syrah, Cariñena (Carignan), Cinsault, Monastrell (Mourvedre), Cabernet Sauvignon en tintas, a la Clariette, Garnacha blanca, Bourboulenc, Roussane, Ugni Blanc, Semillon, Sauvignon Blanc o la Marsanne en blancas.
La práctica totalidad de los vinos de esta región son multivarietales.




Mención aparte merece la región (AOC) de Bandol, se trata de un pequeño puerto natural que se encuentra entre las poblaciones de Marsella y Toulon, desde donde salía al resto del mundo el vino que se producía en esta región. El puerto de Bandol está rodeado de una extensión de terrazas naturales que miran al mar Mediterráneo, resguardadas del viento del norte, disfrutando de eternas horas de sol abierto (3.000 horas anuales). Nos encontramos en la “patria chica” o región de adopción de una cepa de origen español, la Mourvedre (Monastrell), variedad tinta procedente de la zona del Levante en concreto de Murviedro (antiguo nombre de Sagunto), pero es quizás en esta zona donde la Monastrell ha obtenido los mayores reconocimientos y donde mejor han sabido explotar tus cualidades. Mientras que en el Levante español hasta fechas muy recientes se había empleado esta variedad en la elaboración extensiva de vinos a granel, aquí aplicando unas normas muy estrictas han conseguido llevar a la Monastrell a su máxima expresión. De que normas hablamos: para la elaboración de tintos las uvas deben proceder de cepas de más de 8 cosechas, producción máxima limitada por hectárea a 4.000 l/ha, el viñedo está dentro de la AOC sólo si es en ladera, normalmente en terrazas y no los del valle, prohibida la vendimia mecanizada y la chaptalización, los tintos deben tener un porcentaje mínimo del 50 % de monastrell y una crianza de 18 meses normalmente realizada en grandes cubas, casi nunca en barricas, ya esta variedad no necesita el aporte del tanino de la manera al disponerlo ella misma de forma natural.
Al igual que en el resto de la Provenza en Bandol el rosado es el vino de mayor elaboración pero la calidad la encontramos en sus vinos tintos. Yo personalmente tengo que decir que no son vinos fáciles (me ocurre igual que con los tintos de Borgoña), son vinos que si los consumes en sus primeros años de vida puedes encontrar matices que denotan un enorme potencial pero hasta que no transcurre al menos una década desde su nacimiento no adquieren la finura y elegancia que los caracterizan.

Como última pincelada no quiero dejar de mencionar la Cocina Provenzal, representada internacionalmente por la combinación de ajo, tomate y aceite de oliva (a la que se suele añadir perejil); una cocina que ha quedado a la sombra de la cocina italiana, española y de la que se desarrolla más al norte en el país vecino (teniendo como epicentro el cercano Lyon), pero que sin embargo tiene un importante peso especifico. Es una cocina mediterránea en toda regla basada en el aceite de oliva, en los productos de la huerta, como el tomate, berenjenas, calabacines, pimientos, …,frutas y los productos de mar. Como platos destacados podemos enumerar la Bouillabaisse que consiste en una sopa de pescados principalmente de roca (cabrachos, salmonetes,….) aunque también se suelen utilizar mariscos tipo langostas, puede asemejarse a la caldeirada gallega o a la caldereta de marisco que degustamos en Menorca o al suquet catalán. La Tapenade famosa pasta para untar elaborada básicamente con aceitunas a la que se suele añadir ajo, alguna especia y anchoas. Y el Gigot, pierna asada de cordero.

Hasta aquí la primera entrega de mi andadura por las tierras de sureste francés, en la que he podido descubrir el principal motivo de inspiración de grandes pintores impresionistas como Picasso, Van Gogh, Cezanne, Monet, Gaugin,…, el especial brillo de la luz.

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