Blog de Álvaro Moreno

Sueño,Vendimia y Vino

6:30 h. de la mañana de un domingo de finales de septiembre, suena el despertador y abro los ojos a uno de esos días que se quedarán grabados con letras mayúsculas en algún archivo del disco duro de mi memoria. Me recibe una mañana fresca, seca, oscura pero con visos de regalarnos un gran día de luz. Hoy es día de vendimias, perdón, es día de mucho más que eso, hoy voy a cumplir uno de esos pequeños grandes sueños con los que uno lleva fantaseando mucho tiempo atrás.

Todo comienza en el campo, en la viña, el majuelo está en su máximo esplendor, después de todo un año recibiendo los cuidados de personas que lo aman, que lo miman como si del bienestar de sus propios hijos se tratara. Pisamos por primera vez las tierras arenosas con cascajos de la viña de Emiliano, provistos con zurrones disfrazados de cajas de plástico de 15 kilos de capacidad, en los que ir cobijando pequeños tesoros que nos regala la naturaleza. Nos esperan unas horas de dolor de espinazo, de bromas y risas intercaladas, de repescar aromas olvidados, de rememorar momentos ya vividos por antepasados queridos.

Quizás suene un tanto rimbombante o absurdo, pero mientras secciono los primeros racimos de la mañana tengo la sensación de meterme en la piel de una matrona que asiste al alumbramiento de un criatura y que corta el hilo umbilical que ha mantenido unidos a la cepa y a su racimo.
Los racimos brillan en su caja receptora cual tesoro de monedas oro en su cofre, estamos ante una cosecha con una sanidad perfecta, los pequeños racimos de Verdejo se presentan apretados, con tonalidades doradas, amieladas, que dan muestras de una madurez casi perfecta y presagian tarde de pañuelos en el albero enológico.

De este fruto surgirá, si la naturaleza no se tuerce y la mano del maestro no se extravía, un vino en el que yo habré participado, digamos en segunda persona. Por ello mimamos la uva como si se tratase de un gran bloque de mármol a punto de ser cincelado por un escultor con el duende despierto. La pisamos a la antigua usanza, a pinrel, y no sólo con el propósito de hacer la mañana aun más festiva sino con una finalidad mucho más enológica y pragmática.

Del trabajo de una campaña y el pequeño esfuerzo añadido de esa jornada germinó un néctar soberbio, aromático, goloso, con el sostén de una fantástica acidez, untuoso,… que en el día de hoy va dando los últimos coletazos de la mágica metamorfosis que lo convertirá de mosto a vino, al abrigo del mejor cobijo posible aportado por el ilustre roble francés.

El día lo tuvo todo, luz, sudor, amigos, cómplices soñadores, campo, olores, vino, risas, fantasías dibujadas en el ambiente. Cerré los ojos con el pálpito de que sensaciones tan intensas deben ser el embrión de generosos sueños futuros.
 
Estas proletarias palabras son un ínfimo tributo a Ismael y Javier, por ayudar a aquellos que se atreven a soñar, a alcanzar sus ilusiones.

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